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Pensamiento crítico

Todos hemos visto en la televisión los anuncios de los llamados productos milagrosos que prometen hacer que el consumidor baje de peso, recupere su cabello o vea alguna mejoría en su salud.  Muchos de estos productos son totalmente inocuos en el sentido de que si lo uso, si bien no generará los beneficios prometidos, tampoco hará un daño a las personas, como, por ejemplo, algunos equipos de ejercicio de bajo impacto. Sin embargo, hay otra serie de productos que sí pueden resultar perjudiciales para la salud, pero se escudan en prácticas comerciales dudosas, como señalar que “la responsabilidad del uso de dicho producto es de quien lo usa o de quien lo recomienda”; es decir, el consumidor queda totalmente indefenso.

Me sorprende que la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) no ejerza su autoridad en estos casos, limitando o prohibiendo por completo que se anuncien en televisión y en otros medios; me parece también que la Procuraduría Federal del Consumidor debería actuar sin necesidad de recibir quejas, ya que ellos cuentan con laboratorios y mecanismos para poder informar oportunamente al consumidor sobre los efectos reales de estos productos.

Pero más allá del ejercicio de las funciones de estas instituciones de gobierno, creo que lo que está fallando más dramáticamente es la educación, en particular, la enseñanza del pensamiento crítico. Éste es la habilidad para hacernos de información, evaluarla y tomar decisiones conscientes una vez analizados los elementos a nuestra disposición; básicamente, es un sistema de alerta para cuando alguien nos quiere tomar el pelo. Lo triste es que a los estudiantes, desde primaria hasta la universidad, no se les dota de las herramientas intelectuales para desarrollar el pensamiento crítico. No se les enseña lógica, ni se les habla de las falacias, ni se les explica que la duda sistemática es la mejor manera de defenderse de aquellos que quieren abusar de nosotros (por cierto, una razón por la cual muchos de estos anuncios se presentan durante altas horas de la noche es porque nuestras defensas cognitivas están débiles).

Si enseñáramos a las personas a evaluar las afirmaciones que se les presentan, esto permitiría que tomaran mejores decisiones, desde cosas tan cotidianas y quizá intrascendentes como elegir un champú (en un anuncio se afirma que, con la ayuda de su producto, el cabello crece hasta 4 cm en igual número de meses; pero si uno hace una rápida investigación, se dará cuenta de que ése es el ritmo normal y natural de crecimiento del cabello, sin usar productos adicionales). Pero también para decisiones fundamentales y que afectarán el curso de nuestra vida, como ¿por quién votar? ¿Cómo podemos evaluar las promesas que nos hacen quienes buscan un puesto de elección popular? ¿Cómo determinar el nivel de efectividad de un partido en el gobierno ante el alud de comentarios a favor y en contra? En gran medida, los medios, como este periódico, podrían contribuir a la discusión haciendo análisis serios, independientes y objetivos, pero ¿si no lo hacen?, ¿qué posibilidades tiene el ciudadano de hacerse de información de calidad para normar su criterio?

Durante las campañas de Estados Unidos fuimos testigos del uso más contumaz de la información, que llegó a extremos ridículos de acusar a Hillary Clinton de tener una red de prostitución en un restaurante de pizzas (lo que podría ser chistoso de no ser porque una persona llegó armada a dicho lugar para investigar las acusaciones). En estas elecciones, pese a que estamos en el período de inter campañas, de todos modos estaremos viendo las mentiras de unos y otros. Es fundamental desarrollar nuestras habilidades de pensamiento crítico.

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FV/I