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Redes sociales y responsabilidad personal

¿Cuál es nuestra responsabilidad cuando usamos redes sociales? Esta pregunta me surge a raíz de ver la proliferación de comentarios, noticias y memes que circulan por la red, a propósito de casi cualquier tema, pero que, en el caso de la participación política, tiene un interés especial.

A menudo consideramos las redes sociales como un elemento separado de la vida cotidiana, una realidad virtual en la que podemos actuar de manera diferente a como lo hacemos en nuestra interacción cara a cara con otras personas, sobre todo si estos sitios permiten la construcción de identidades ficticias o la posibilidad de aparecer como anónimo. Asumimos que nuestra actividad en línea no tiene mayores consecuencias, y en general es así; sin embargo, las redes sociales cada vez más son generadoras de sentido para cada vez más gente. Por ejemplo, el año pasado, un estudio del Centro de Investigaciones Pew mostró que 47 por ciento de los estadounidenses (sin importar su edad) reciben “a veces o frecuentemente” sus noticias de las redes sociales, y el porcentaje aumenta a 78 por ciento entre las personas de 18 a 49 años (https://goo.gl/t7Cv19).

Es cierto que algunos medios tradicionales han migrado a la red para publicar sus noticias (por ejemplo, en Twitter es fácil encontrar a los principales medios noticiosos); sin embargo, el problema es que cada vez estamos menos acostumbrados a verificar la veracidad de la información y de la fuente. Así las redes se han convertido en un espacio fértil para la diseminación de noticias falsas y hechos alternativos, y aquí es donde cobra relevancia la pregunta que hacía yo al principio: ¿cuál es mi responsabilidad?

¿Deberían las personas tomarse el tiempo de averiguar si aquello que están por compartir es cierto? ¿Cuáles son las consecuencias de compartir o no algo? Es común que pensemos que nuestras publicaciones sólo las ven unas cuantas personas (en promedio, cada persona tiene 338 amigos en Facebook), pero esas personas están conectadas con otras y así se va haciendo un efecto cascada, de ahí la expresión de que algo se ha hecho viral cuando llega a un gran número de personas en poco tiempo. Al hacer algo público, perdemos control sobre quién lo va a ver y cuándo; e Internet tiene una larga memoria.

Recuerdo que hace algunos años, un profesor hizo un comentario desafortunado sobre los juegos parapanamericanos en nuestra ciudad; su comentario fue subido a las redes sociales y se le sacó de contexto, dando como resultado un furor social que derivó en la renuncia de dicho profesor. De igual manera hemos visto cómo se bautiza a personas abusivas como lady o lord o mirrey y lo dicho en redes sociales trasciende al mundo real, provocando que estos individuos tengan altos costos sociales. Hay incluso quienes se han suicidado por el ciberacoso del que han sido víctimas en las redes.

Los efectos de lo que decimos y compartimos en estos espacios virtuales pueden ser enormes, sobre todo porque no se quedan solamente en dichos espacios, sino que trascienden a nuestra realidad y afectan nuestro comportamiento, como quedó de manifiesto en el caso del Brexit y las elecciones del año pasado en los Estados Unidos. El tema es tan preocupante que ya el Instituto Nacional Electoral llegó a un acuerdo con Facebook para tratar de limitar las noticias falsas que circulan por ese medio.

Nuestra responsabilidad al usar las redes sociales debería ser la misma que en la vida normal: conducirnos con probidad y honestidad. Finalmente, el entramado social se basa en la confianza y no hay forma fácil de restituirla cuando la gente deja de creer en uno.

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