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Del Toro en Guadalajara

“Cuando abres una posibilidad, cambias una vida

 y cuando cambias una vida,

cambias una generación”

 

Lo que más se recordará sin duda en el imaginario colectivo de esta edición del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG) será la presencia de Guillermo del Toro,  el cuarto mexicano (inmigrante en los Estados Unidos de Norteamérica) en los últimos cinco años en ganar esta estatuilla.

Lo memorable de su presencia fueron sus encuentros con los jóvenes, el poder de comunicación que tuvo en cada clase magistral para que miles provenientes de distintos rincones de la República Mexicana estuvieran haciendo largas filas para escucharlo. Un gran acierto de la Universidad de Guadalajara utilizar toda su infraestructura para transmitir en vivo a través de diferentes canales en todo el país.  Escuchar a Del Toro es una delicia. Desborda humor, inteligencia, sencillez, claridad, pero sobre todo, es un tipo inspirador. No tiene reparo en hablar de sus fracasos, de los diversos ejemplos en los que gracias a las “ocurrencias producto del ingenio mexicano” ha logrado solventar en pantalla lo que no le da el presupuesto y no se guarda detalle al hablar de sus resoluciones técnicas o el modo personal que tiene de trabajar con cada área que implica hacer una película. El cine, argumentó, no es el qué sino el cómo. Aprovechó cada momento para hablar del coraje y la rabia como motores creativos.

Habla un tapatío perfecto –a pesar de llevar más de dos décadas en otro país– y suelta de vez en cuando con su buena memoria, guiños muy particulares de la ciudad. Conectó con los jóvenes como pocos. Supo sortear cada maratón de preguntas de todo tipo que con paciencia y humor. En cada encuentro insistió en rebasar el tiempo permitido para seguir respondiendo: “Nos quedamos hasta que nos corran, ca’on”.

Estamos ante un periodo en la vida política –y anímica– de este país verdaderamente desolador. El orgullo y la esperanza para una generación de jóvenes –y adultos– cuya vida cotidiana está rodeada de violencia, injusticia y falta de oportunidades es nuestra deprimente cotidianidad. Lo que vino a hacer Del Toro es quizá el acto político público masivo más contundente de un artista mexicano en los últimos tiempos: inspirar a los jóvenes. Abrirles el apetito. Escucharlos. Darles esperanza. No de esa facilona de actitud positiva, sino de lazos, de constancia, de disciplina, de coraje, de oportunidades, de orgullo y dignidad. De cine, sí, pero sin duda, de vida.

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JJ/I