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El cerro Viejo y la laguna de Cajititlán

El territorio de Tlajomulco de Zúñiga es otro de los municipios que en Jalisco están siendo impactados violentamente por el proceso de conurbación que ha venido sustituyendo a la ciudad y que, según Miguel Amorós, unos llaman posciudad, no-ciudad; y otros, región metropolitana. Es la nocividad del capital, dice este mismo pensador, desplegando buena parte de sus capacidades destructivas. Es decir, Tlajomulco está sufriendo los embates o los efectos de haber sido alcanzado por el desarrollo urbano e industrial, por la civilización y la modernidad de la conurbación tapatía. Quienes despojan y destruyen saben que, dentro de la institucionalidad, nada los detiene. Ya tenemos demasiada evidencia de ello.

En este municipio, la destrucción puede observarse prácticamente en todo su territorio. Basta transitar por cualquier de sus vialidades para observar este desastre que la clase política y el capital inmobiliario llaman “desarrollo”. La ampliación de las vialidades y la construcción de nuevas son en sí mismo un ejemplo de ello, no digamos los fraccionamientos y plazas comerciales de todos los tamaños que pululan por todas partes, así como el cambio radical de la arquitectura y traza tradicional de cabeceras municipales y pequeños pueblos. El concreto en las calles ha suplido al empedrado o a la terracería; el adoquín y los colados de cemento a los muros de adobe y los techos cubiertos de tejas de barro rojo. Ya son verdaderas piezas de colección las puertas y ventanas de madera de mezquite.

Me detendré en una fracción de este municipio que considero de particular importancia por la alteración y daño que se está haciendo a la relación orgánica, entre dos significativos sujetos naturales: el cerro Viejo y la laguna de Cajititlán. Relación que había dado como resultado la existencia histórica de un microecosistema que permitió, por siglos, que éste fuera otro territorio excepcional, otro pequeño paraíso, donde la vida de una gran biodiversidad se reproducía sanamente.

Respecto de la contaminación de la laguna, de menos en los últimos 40 años no ha habido un alcalde que no haya prometido limpiarla. Por supuesto todos, hasta el actual, han incumplido. Tal como van las cosas, nada asegura que la laguna pueda volver a ser un cuerpo de agua sano y rebosante. Más ahora que han realizado el mayor atentado contra el cerro Viejo: el macrolibramiento, además de que no cesa la construcción de fraccionamientos que rodean la laguna y que sus desechos, sin mayor tratamiento y sin clemencia van a parar al lecho del vaso. Ahora, con esta vialidad, no sería extraño que los escurrimientos que bajan del cerro durante el temporal de lluvia, única vía de alimentación de la laguna, se compliquen en el sentido de que lleguen en menor cantidad o que éstos tengan que modificar su ruta natural, con lo cual aparecería el riesgo de inundaciones en algunas poblaciones como en parcelas.

El desprecio humano que se tiene por las otras especies se manifiesta, por ejemplo, en que los planificadores ni siquiera llegaron a imaginar la posibilidad de que el macrolibramiento fuera una vialidad elevada para que la fauna pudiera transitar del cerro a la laguna y viceversa sin poner en riesgo su vida o su integridad física. Si se les ocurrió seguramente lo descartaron con un criterio económico, reiterando con ello la nula preocupación por las otras especies y enfatizando la visión antropocéntrica y automotora del desarrollo.

Si superáramos la visión antropocéntrica, entonces podríamos pensar en los otros seres vivos, en la diversidad de vida acuática que había y que sobrevive en las aguas de la laguna; en las aves nativas que habitan y se reproducen cotidianamente, así como en las migratorias que vienen año tras año de lejanas tierras para disfrutar del microambiente que generan el cerro y la laguna; en la diversidad de flora que la montaña y la laguna aún son capaces de producir, así como en la diversidad de fauna que habita este territorio que hoy está siendo sometido a un proceso intenso de despojo y destrucción.

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FV/I