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Hora de visibilizar los desaparecidos

Lo peor que puede ocurrirle a una persona en este país es ser privado de su libertad para retenerla y obligarla a permanecer en un lugar desconocido; lo segundo peor es guardar silencio por lo sucedido.

Aunque parezca que esto último no pasa por la cantidad de información que hemos visto fluir en medios, redes sociales y convocatorias a paros, marchas y plantones a propósito de los estudiantes Salomón, Daniel, Marco y César, es más común y viejo de lo que podamos creer.

¿Cuáles son los indicios de que el silencio es el peor cáncer para una familia que busca a su hijo? Que creamos que los cuatro jóvenes antes mencionados son los únicos estudiantes de este estado cuyo paradero se desconoce luego de haber sido interceptados por grupos armados.

Algunos periodistas, maestros, funcionarios, la FEU, la propia comunidad universitaria asumen que antes de darse a conocer lo sucedido con los cuatro, las desapariciones no eran un problema de los estudiantes ni de la UdeG; el propio Jesús Medina, presidente de la FEU, declaró en el plantón del viernes que nada más eran cinco los estudiantes no localizados de los que se tenía registro, y una de ellas afortunadamente se ubicó una noche antes.

Pero están equivocados él y quienes conciben que son casos aislados. La marcha de ayer no dejó dudas de la preocupante incidencia de secuestros tanto en la Zona Metropolitana de Guadalajara como en el sur de Jalisco. Madres de jóvenes desaparecidos no hoy, sino años atrás contaron ante miles de personas cómo fueron capturados por la Policía o por comandos armados en Tlaquepaque, Sayula, Autlán de Navarro, Tamazula…

Lo peor no quedó ahí, en el secuestro de los jóvenes, sino en el silencio que las autoridades les pidieron guardar para que “la investigación no se vicie”, cuando en realidad lo que buscan contener es la crítica y la presión social que se genera cuando un caso tan grave toma el espacio público que necesita para buscar la localización de las personas por todas las vías.

Ante esta repetitiva situación en que madres de los desaparecidos se vieron obligadas a mantener a su hijo no localizado entre su círculo solamente, hubo reacciones encontradas durante la marcha de ayer. Algunas se llenaron de emoción al ver que los tapatíos no estaban siendo omisos al tema y se pararon bajo el Sol a exigir justicia y solidarizarse, mientras otras no ocultaron su tristeza al ver que podrían ser todavía más, y que cuando sus hijos fueron capturados no hubo una respuesta de esa magnitud reflejada en la calle, en los medios y en las redes.

“Cuando mi hijo desapareció a mí las autoridades me recomendaron que para salvaguardar la vida de mi hijo tenía que mantenerlo en silencio, toda la comunidad se dio cuenta hasta tres semanas después. Hoy estoy agradecida que están todos aquí respondiendo por sus compañeros, les pido que tengan a Jorge Eduardo en cuenta como uno de los estudiantes que tienen que ser encontrados”, contó la madre del estudiante de Negocios Internacionales del CUCEA, desaparecido en febrero de 2016, que a la fecha sigue sin conocerse su ubicación.

Las historias que tiene una madre con hijos sin localizar son desgarradoras, porque ellas mismas lo comparan con estar muertas en vida. Con la duda y la inquietud por cómo están.

Quienes aquí vivimos no estamos exentos de ser los siguientes, por eso y por los que ya fueron arrebatados de sus familias nos toca ser activos, involucrarnos en su localización facilitando datos cuando los tengamos, conocer nombres de quienes no están y platicar el tema para que las autoridades se vean obligadas y presionadas a dar resultados. Lo peor que podemos hacer es dejar a los desaparecidos en el silencio.

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FV/I