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Paisajes

A Deana Molina

I

Me parece increíble cómo en este instante las oscuras y alumbradas nubes confluyen –ante mi ángulo de visión– en la punta de la carpa del circo, en la que apenas ayer los hombres colocaban la gradería y se formaba una extrañísima estructura metálica que me llegó a inquietar. Ahora que la miro sin los hombres trabajando en ella, me recuerda cómo lo humano hace menos impresionantes las cosas; y los lugares, desolados, toman un cariz de desastre: que a mí me entristece y asusta.

En la quieta Zona Restringida de la Torre: el polvo permanece pasivo y la herramienta de los obreros de la reconstrucción tirada: palas, cubetas, una carretilla volcada cerca de la zanja, puentes; revolvedoras; montículos; andamiajes; una escalera hacia el Centro de la Tierra...

En el cielo las negras nubes amenazan. En el horizonte el paisaje arde, consumido por el Sol.

II

Me asomo por la ventana para verificar el curso de las nubes. Los cúmulos se aproximan, movidos por el viento, hacia el oriente de Eutropia. El Sol las ilumina y mis ojos las observan con verdadero placer. Esto sucede el día vigésimo sexto del duodécimo mes a las trece horas con cincuenta y dos minutos y veinte segundos del año del Señor de mil novecientos noventa y siete. Doy fe.

III

Desde aquí, la tienda del circo: imponente. Con seguridad los hombres que la desplegaron como velas de una embarcación trabajaron toda la tarde y la noche de ayer. Me gusta tanto el ritmo en los quehaceres humanos, la musicalidad del trabajo, el imparable movimiento, el curso de la vida. Donde apenas estaba hace unos días un campo yermo y sin chiste, ahora se alza una grandiosa carpa de circo. Mañana, sin duda, cubrirán la circunferencia y estará todo dispuesto para que lleguen los animales, los artistas. Pronto todo esto se cubrirá de gente.

Yo quiero estar aquí para mirarlo todo...

victormanuelpazarin.blogspot.mx

JJ/I