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Jesús en una tortilla

La carta comenzaba con el dibujo de un pequeño ciervo seguido del nombre Mark.

Significaba “Querido Mark”, por aquello de que en inglés las palabras querido y ciervo dear-deer son homófonas.

Después se leía: “Hola. Parece que todo va bien con Donna. Estoy ansioso por ver y escuchar el resultado. Ya escuché casi todos tus discos menos el EP de Beat Happening. Espero que no te moleste, pero los grabé en unos terribles casetes, es algo que no me gusta que la gente haga porque no apoya a las bandas. ¡Pero lo juro! Si alguna vez consigo trabajo compraré todos tus discos”.

Ya sin dibujos, pero sí con tachones, la carta escrita para Mark va revelando la emoción del remitente porque va acompañada por un casete con demos que él y su banda han hecho en espera de grabar algún sencillo. Y le pide que si tiene algún proyecto en el que puedan colaborar, él estaría dispuesto a hacerlo.

El destinatario era Mark Lanegan, entonces vocalista de Screaming Trees y figura principal del grunge como solista y proyectos en bandas o colaboraciones (Queens of the Stone Age, Gutter Twins, Jeffrey Lee Pierce…).

Lanegan terminó siendo el Charles Bukowski del grunge con letras sobre desamor, bares, drogas, trenes, fronteras, carne, alma, sexo y mucha honestidad.

Y el joven que escribió esa carta se llamaba Kurt Cobain, quien esta semana cumplió 24 años de muerto, oficialmente por suicido.

Sin saberlo, Cobain terminaría no sólo comprando todos los discos de Lanegan sino grabando dos canciones con él: Down in the dark y Where did you sleep last night, que aparecen en el primer disco solista de Lanegan, The winding sheet.

En esa carta, el vocalista de Nirvana termina contándole que a veces se queda soñando despierto, como en trance, y puede ver manchas transparentes que recorren su ojo como si se tratara de una película de amibas o de plancton debajo de un microscopio.

“Y cuando cierro los ojos y alzo la cara al sol, la brillante luz naranja irradia una imagen como de células sanguíneas. Luego tallo mis ojos y veo pequeñas esferas con reflejos luminosos, algunos les llaman estrellas, y sólo permanecen un segundo. Cuando mis ojos enfocan de nuevo olvido las manchas, las amibas, las células, miro al cielo y busco figuras y rostros en las nubes, en las paredes o en la madera”.

“Una vez vi a Jesús en una tortilla”.

@los21fosfenos

FV/I