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El show electoral

Primera llamada. Arranca la precampaña. De acuerdo con la ley electoral, los partidos disponen de este periodo de escasos 60 días para que los aspirantes a la candidatura presidencial se reúnan con la militancia a nivel nacional y den a conocer sus propuestas. Esta etapa supone la participación de varios precandidatos del mismo partido compitiendo entre sí para obtener la nominación.

 

En realidad fue una pantomima. Los precandidatos de las tres grandes coaliciones se placearon por el país como actores únicos sin competencia alguna dentro de los partidos postulantes. Tiempo, dinero y esfuerzo empleados de manera innecesaria para confirmar lo que todos sabíamos: que ellos eran los elegidos.

Segunda llamada. Inicia la intercampaña. Este periodo de 45 días fue ideado para dirimir los conflictos al interior de los partidos bajo el supuesto de que compitieran por la nominación más precandidatos, lo cual no ocurrió porque sólo fue registrado uno por cada coalición. Ante esta circunstancia, no hubo diferencias por resolver y los aspirantes representaron una farsa en la que, respetando las limitaciones señaladas por la ley para evitar sanciones, continuaron sus actividades proselitistas.

Los tres contendientes –a los que se sumó una independiente– fueron registrados por sus coaliciones. La intercampaña fue un tiempo de guerra sucia plagado de acusaciones y contraacusaciones, financiado con dinero de los contribuyentes.

Tercera llamada... comenzamos. Se levanta el telón de la campaña para dar paso a una representación en la que los protagonistas principales utilizarán todos los recursos a la mano para demostrar al público escéptico quién es el mejor actor. Aconsejados por los expertos en imagen han recurrido al maquillaje que mejor oculte su rostro verdadero y muestre de manera más reveladora al personaje que quieren interpretar.

Recurren al vestuario que los haga más atractivos ante quienes los observan desde la oscuridad del teatro, dispuestos a aplaudirlos o abuchearlos ocultos en el anonimato de las butacas. Sus directores de escena les han hecho estudiar y repetir una y otra vez los parlamentos cuidadosamente escritos para ser dichos de forma impecable en la tribuna pública. El margen de error es estrecho. No parece haber lugar para la improvisación en este sainete en donde el pánico escénico no tiene cabida.

Estamos invitados a esta comedia para mayores de 18 años que tendrá funciones todos los días, durante 12 semanas consecutivas, con el mismo reparto, en diferentes teatros y con distintos públicos en todo el territorio nacional. Es una obra que ha sido representada infinidad de veces con variados elencos, algunos regulares, otros francamente malos, y con resultados que han dividido opiniones entre la audiencia, provocando en algunos casos rechiflas y en otros muestras desbordadas de inconformidad. Para ingresar al teatro del absurdo es requisito indispensable presentar la credencial del INE como identificación oficial.

Con frecuencia despreciamos la sabiduría de la gente, quizá porque no creemos en ella o porque pensamos que ignorancia es igual a tontería. No se necesita ser un experto para apreciar lo bueno. Las personas buscan en sus líderes autenticidad, veracidad, identidad. Exigen de ellos honestidad y valentía. Observan más allá del maquillaje y el vestuario. Escuchan más allá del discurso ramplón. Saben que nos equivocamos y lo admiten, lo que les duele es el engaño y la traición.

El público conoce a los actores de esta elección más allá de lo que ellos imaginan. Sabe de sus cualidades y sus limitaciones. A nadie engañan la falsa sonrisa del veterano, la indefendible honestidad del novato o la innegable complicidad del estudiado; mucho menos la falsa ingenuidad de aquella que gozó y abusó de las mieles del poder presidencial. No ganará el mejor ni el más preparado. Lo hará quien logre una mejor comunicación con la gente basada en la transparencia, la confianza y la honestidad. Si ninguno cumple el requisito, llegará el menos peor.

 

Verba volant scripta manent

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@GOrtegaRuiz

JJ/I