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Redes sociales y elecciones

Allá durante los primeros años de la década de los 90 del siglo pasado, el rector general la Universidad de Guadalajara fue citado a comparecer por la Comisión de Educación del Congreso local para tratar temas relacionados con la máxima casa de estudios de Jalisco. El rector hizo su presentación en Power Point, lo que se me hizo innovador para ese tiempo. Lo que también me sorprendió fue descubrir la penuria del conocimiento sobre el tema de educación superior de los diputados de esa comisión.

Algo similar pasó con la comparecencia del CEO de Facebook, Mark Zuckerberg ante una Comisión del Senado de los Estados Unidos. Los legisladores dieron muestras de total desconocimiento del funcionamiento de esa plataforma. A pesar de las notas y preguntas escritas por sus asesores, se notaba su inseguridad sobre el tema. En definitiva, se puede decir que Zuckerberg salió ileso de su audiencia, la cual se centró en que los instruyera de cómo opera su empresa.

El trasfondo del problema tiene que ver con la privacidad y el (mal) uso de los datos personales, sobre todo cuando son utilizados para influir y manipular los resultados de procesos electorales a través de mensajes dirigidos a objetivos específicos. Por ello, conviene preguntarse: ¿pueden las redes sociales influir en las decisiones de las personas de tal suerte que, bajo ciertos parámetros y procedimientos, modifiquen su conducta para emitir su voto por determinado candidato?

En primera instancia diría que no, que las personas ya están convencidas por quién votarán, y los tiempos de que sus decisiones estaban determinadas por su gremio, asociación o sindicato ya están superadas y ahora pueden elegir libremente; y que la publicidad y propaganda no hacen mella en los electores. Sin embargo, los ciudadanos son también consumidores y las campañas electorales son verdaderos ejercicios con toda la intención de vender a su candidato.

Adolfo Hitler se inspiró en el uso de la propaganda política desplegada por los británicos durante la Primera Guerra Mundial para elaborar la propia, que realizó con mayor eficacia, de tal suerte que la mayoría de los alemanes lo llegó a idolatrar hasta la obcecación. Lo innovador de su propaganda es que estaba dirigida no a la racionalidad tradicional de sus pensadores, sino a su cerebro reptiliano; la propaganda estaba dirigida no a la intelectualidad, sino a las masas poco educadas… y le resultó.

En la actualidad, con los conocimientos de la psique humana y los adelantos tecnológicos e informáticos, la posibilidad de influir en las personas es más eficaz y contundente. La propaganda está polarizando a la opinión pública, y no sus posiciones políticas, sino ciertos protagonismos y liderazgos mesiánicos con recetas providencialistas, contra opciones políticas tradicionales (“No sé por quién voy a votar; pero sí sé a quién no le daré mi voto”).

Por otro lado, está la llamada brecha digital que tiene varias vertientes. La gente tiene computadora en su casa, pero no Internet; tiene computadora e Internet, pero no la usa para fines educativos y formativos; usa redes sociales con diferentes fines, pero la política es un asunto que no le interesa; sus fuentes de información, a pesar de tener a su disposición una variedad de sitios, sólo visita los habituales. Además, los teléfonos inteligentes ya rebasaron las tabletas y las computadoras. Un estudio afirma que, en promedio, una persona toca sus teléfonos 2 mil 600 veces al día.

¿No sería maravilloso que el acceso a redes condujera a los usuarios a cimentar criterios equilibrados y a la búsqueda de la verdad? Sinceramente no lo creo; las redes sociales han probado ser campo fértil para cultivar posiciones irreductibles del homo digitalis.

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JJ/I