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Tarde de berrinche y de andar en bici

(Foto: Archivo)

-Vamos, inténtalo otra vez.

- ¡No quiero!, ¡no quiero!

El Sol se encontraba en su punto más alto, llenando de luz y calor los grandes árboles que ofrecían un colorido espectáculo para los asistentes en el Parque Metropolitano. Se escuchaba a los niños reír y gritar de emoción mientras corrían unos tras otros hacia los juegos del parque, brillantes bajo los rayos solares.

La tranquilidad reinaba; podía verse a varios grupos de personas descansar bajo la sombra de las imponentes jacarandas, que mecían con el aire sus copas lilas, llenas de flores, invitando a pasar un agradable rato bajo ellas.

A lo lejos, una familia decoraba una de las palapas con globos de colores y carteles en los que se leía “Feliz cumpleaños”; había un enorme pastel de lo que parecía ser fondant al centro de la mesa, rodeado por burbujeantes botellas de refresco y desechables de unicel.

Un grupo de corredores celebraba el fin de su recorrido con aplausos y frases de motivación impartidas por una mujer de unos treinta y tantos años, que parecía ser la líder del equipo cuyas llamativas playeras amarillas, cubiertas de sudor, captaban la atención de todos los transeúntes. Frente a ellos pasó velozmente un niño montado en su bicicleta azul marino, decorada con múltiples calcomanías de personajes de programas de televisión; aumentó la velocidad poco a poco hasta rebasar a los atletas y subir la pequeña pendiente de la pista para después detenerse con el sonido del derrape de las suelas de sus tenis blancos contra el suelo rojizo y gritar a alguien que lo siguiera.

Un fuerte grito sobresaltó a algunos de los presentes, que voltearon inmediatamente a su lugar de origen, encontrándose con un pequeño niño llorando y su madre, que trataba de calmarlo. El pequeño se encontraba sentado en un triciclo en color plata y rojo, con un par de tiras de rafia en los manubrios, ondeando cual banderas gracias a la brisa de los árboles.

-Ya no quiero, bájame- pedía entre sollozos el niño de cabello rubio.

-Mi amor-respondió su madre con ternura-, tú puedes. Trata de hacerlo.

La madre, de unos treinta años, abrazaba a su hijo para darle ánimos de aprender a andar en triciclo y así poder alcanzar a su hermano en la cima de la ligera pendiente, que hacía señas para que se acercara a él.

-Vamos, inténtalo otra vez.

- ¡No quiero!, ¡no quiero!

-Ándale- lo invitó su madre.

-No puedo.

-Sí puedes.

Las lágrimas rodaban por las rosadas mejillas del niño, quien se negaba una y otra vez a pedalear, a pesar de que su paciente madre lo animaba amablemente a esforzarse, con el argumento de que, si lo hacía, podría jugar a las carreras con su hermano mayor.

-Daniel, sí puedes. Hazlo otra vez por mamá, ¿sí?

Daniel miraba a su madre fijamente con un puchero en el rostro y los azules ojos irritados por tanto llorar, pero después de unos segundos asintió levemente con la cabeza y se dispuso a tomar el manubrio, colocar los pies en los pedales del triciclo e intentó avanzar nuevamente.

Con un poco de esfuerzo logró pedalear varias veces, olvidando por completo el control del manubrio, ocasionando que su vehículo diera media vuelta y chocara con el borde de la pista. Ante esto, él rompió en llanto nuevamente, soltando gritos ensordecedores al aire, manchando de lágrimas su playera azul. Se llevó las manos a los ojos tal como cualquier niño hace en un berrinche, como tratando de quitarse las lágrimas, luego las bajó al borde de la playera, que empezó a retorcer con sus blancas manos mientras lloraba y gritaba desconsoladamente.

-No hagas berrinche. Compórtate- exigió su madre firmemente, pero con amabilidad-. Un buen niño no hace berrinches, si te portas mal, tu tía no te va a comprar paleta de hielo.

Al escuchar esto, Daniel lloró aún más. Los gritos llamaban la atención de todos los paseantes de la zona; algunos miraban la escena con un gesto de preocupación, otros desaprobaban lo que veían con el ceño fruncido y negando con la cabeza.

La madre cargó a su hijo y lo tranquilizó diciéndole algo al oído. Tomó el triciclo, lo colocó en la pista y sentó al niño de nuevo.

 -A ver, inténtalo otra vez.

Maritza Rangel

JJ/I