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El miedo II

Hace unos días, un muy buen amigo me contó la siguiente anécdota: “Un día, en Tlalnepantla, un par de sujetos se subieron al microbús y a voz en cuello anunciaron a los pasajeros: ‘Damas y caballeros, como ustedes saben, en este país es muy difícil conseguir trabajo, sobre todo cuando uno acaba de salir del penal, y más cuando fue condenado por homicidio; así que les pedimos su colaboración para iniciar de nuevo, aceptamos donaciones de 50 pesos para arriba’. Los pasajeros rápidamente les dieron el dinero, ellos se bajaron, y todo siguió en la normalidad. Algunos pasajeros hasta estaban contentos; les habría podido ir mucho peor”.

Esta anécdota ilustra muy bien el poder del miedo. Alguien que tiene miedo pierde su capacidad de análisis racional, lo único que quiere es evitar un daño, ya sea a su persona o a su patrimonio, de tal forma que accederá a cumplir las demandas de quien sea que le proporcione seguridad. No es particularmente extraño que aquellos que promueven el miedo sean los mismos que nos tengan lista una receta para evitar el desastre. Los manipuladores de las emociones se encuentran por todos lados: en la publicidad que nos dice que no somos lo suficientemente buenos, guapos, exitosos, güeros, bien vestidos, etcétera, pero que gracias a sus productos ya no seremos inadecuados y tendremos el cariño y la admiración de los demás. El miedo es un excelente promotor de ventas.

Un tipo particular de miedo es lo que los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahneman (Premio Nobel de Economía) llamaron “aversión a la pérdida”. Básicamente, ellos dicen que los humanos somos más propensos a tratar de evitar una pérdida que a tratar de ganar algo equivalente, ya que sentimos las pérdidas de manera mucho más intensa que las ganancias. Por ejemplo, al ir de compras, una persona experimenta una sensación de pérdida al sacar el dinero de su cartera para pagar, y eso causa incomodidad emocional (y quizá hasta ayude a limitar su gasto para no dejar vacía la cartera).

Al parecer, esta idea ha permeado fuertemente en los círculos de la publicidad política: desde hace 12 años que estamos escuchando por todos lados que, de ganar cierto candidato a la Presidencia, las personas lo van a perder todo: su casa será incautada para que ahí vivan tres o cuatro familias, les expropiarán sus empresas, les quitarán sus autos y sus cuentas de banco… la lista de los males sigue. Es evidente que esta propaganda va dirigida a la menguante clase media, la única que todavía tiene esos bienes. Los pobres no tienen nada que perder, y los muy ricos, siempre tienen opciones. Por supuesto, no importa que la amenaza carezca de sustento (recordemos que los miedos suelen ser irracionales), el punto es que llega al centro de los terrores clasemedieros: perder lo mucho o poco que tengo, sin importarme que otros no tengan ni lo elemental.

Lo terrible del caso es que, al igual que los ex presidiarios de la anécdota, quienes nos asustan son los promotores de las políticas económicas que tienen al país en medio de una de las peores crisis económicas: la deuda pública del país excede 50 por ciento del PIB, el crecimiento anual es menor a 2 por ciento, y hay una pérdida registrada del poder adquisitivo de 80 por ciento en los últimos 30 años; la inseguridad se ha disparado y México es uno de los países más violentos, comparable a aquellos que están en guerra civil.

Después de analizar cómo está el país, ¿de verdad creeremos las amenazas de quienes han sido los responsables de esta situación?

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FV/I