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Alternativas laborales y de ingreso

Están por cumplirse 132 años de la masacre de los mártires de Chicago. En México laboramos bajo una de lógicas de trabajo más atrasadas del mundo, aun y cuando nos vanagloriamos de tener a partir de la Constitución de 1917 una de las más avanzadas en derechos sociales.

Conforme a la base ILOSTAT, México está en el lugar 78 de 103 en términos de su poder adquisitivo del salario. Mantiene estructuras de poder corporativo en las que la mayor parte de los sindicatos representan más una relación de control sobre los trabajadores para evitar que defiendan sus derechos, que un mecanismo de representación real. ¿De qué democracia hablamos cuando los trabajadores no tienen la posibilidad de dialogar y elegir a quienes realmente los representen?, ¿Cómo presumimos que vivimos en un país en el que impera la paz laboral cuando las condiciones de trabajo, de estabilidad laboral y de ingreso son cada vez más precarias?

En época electoral surgen los grandes apoyos obreros; la CTM ya le ofreció su voto a Meade, Anaya promueve un ingreso mínimo universal, AMLO plantea elevar significativamente el salario mínimo real y todos hablan en favor del trabajador. Sin embargo, tales propósitos se reducen a la palabrería si no se les articula con el conjunto de desarrollo.

Es frecuente que se fije como objetivo el elevar la competitividad, pero si la inversión en investigación y desarrollo es prácticamente nula, si todas las inversiones foráneas llegan con paquetes tecnológicos predefinidos, si los trabajadores no pueden participar en la menor decisión de las empresas, si el mercado interno se integra con población que percibe bajos ingresos y debe hacerse de sus bienes con cómodos abonos semanales (que le orillan a endeudarse de por vida), entonces no hay ventajas dinámicas para competir y las sustituimos con ventajas estáticas como bajos salarios, alta permisibilidad para contaminar y enormes ventajas fiscales y subsidios para las empresas oligopólicas. La precariedad laboral se constituye como un pilar de la competitividad. Paradójicamente, buscamos ser más competitivos empeorando las condiciones de empleo y de vida para los trabajadores y sus familias.

La solución no puede reducirse a medidas aisladas por más justificadas que estén.  El caso más significativo es el del salario mínimo. De acuerdo con el Inegi, al cuarto trimestre de 2017, de los 52.9 millones de población ocupada en México, 7.9 percibían ingresos inferiores o iguales al mínimo, 3.4 trabajaban sin remuneración y no se contaba con información de ingreso de 7.6 millones. Ello significa que al menos 24.9 por ciento de los ocupados perciben, cuando mucho, el salario mínimo,  dos mil 433 pesos mensuales en 2017 y dos mil 686 hoy. Sin embargo, un aumento sólo al mínimo no beneficiaría directamente a los 11.3 millones que perciben entre nada y un salario mínimo, sino a menos de los 0.7 millones que se encuentran en la formalidad, 6.2 por ciento del total de los primeros. A éstos habría que restarle los trabajadores subordinados con percepciones no salariales, a trabajadores por cuenta propia y hasta a empleadores que pudieron laborar con pérdidas o con ingresos inferiores o igual al mínimo.

Simultáneamente, la economía mexicana emplea cada vez más a trabajadores formales y asalariados. El problema no es sólo quienes perciben el mínimo, sino cómo mejorar sustantivamente al conjunto de los asalariados que se concentran cada vez más en los bajos rangos de ingreso. Con la estrategia de monto independiente de recuperación de la Conasami se garantiza que la mejora a los mínimos generales NO se propague al resto de los asalariados y que las mejoras de los salarios mínimos paradójicamente sean compatibles con el empeoramiento de las remuneraciones de los demás trabajadores.

@LignacioRM

JJ/I