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Un domingo triste en el jardín

Me había abandonado la mujer a la cual había conocido no hacía mucho al llegar a la ciudad, y entonces el domingo siguiente lo pasé en la más profunda tristeza. Vivía en una casa de huéspedes de la calle Escorza y me quedaba muy cerca el jardín de La Gaceta. Entonces, para evitar a la casera que hablaba hasta por los codos, se me ocurrió ir a pasar la mañana allí. Tenía a la mano La tregua, y de paso la tomé. A pasos lentos llegué al jardín y me senté en una banca. Se escuchaba fresca el agua de la fuente y me permitió, después de las primeras páginas, que se volvieran reales el viudo Martín Santomé y la joven y hermosa Laura Avellaneda. Y de pronto la ciudad se convirtió en Montevideo y su rumor llenó mi mente, al igual que las palabras de los personajes de la novela. Estaba yo, entonces, en aquella ciudad y entre los años de 1958 y 1959, y no en la Guadalajara de hoy.

Me involucré debido a mi tristeza y soledad en la melodramática historia de Benedetti, y cada instante estaba a punto de derramar las lágrimas con alguna de sus escenas. Fui entonces Martín Santomé y deseaba encontrar alguna vez a Laura Avellaneda… quizás lo desee con todas las fuerzas, porque de repente a mis oídos llegó una hermosa voz que me obligó a levantar la mirada.

–¿Muchacho, quieres que te lea la suerte?— escuché.

Miré entonces el rostro de una gitana. Alta, hermosa, deliberadamente elegante y muy joven, tal vez no mayor de treinta años. Vestía de colores discretos y adornos provocativamente chillantes, como si se tratara de una aparición. Un turbante con pedrería cubría su cabeza, pero se dejaba caer una larga y hermosa cabellera (en mi recuerdo pelirroja).

–Sí… –le dije y estiré mi brazo hasta casi tocarla y abrí la palma de mi mano. Pero de pronto nuestras miradas se encontraron y me vi en sus grandes ojos. Entonces sentí un enorme temor y comencé a temblar y a sentir miedo. Tuve una especie de sospecha fatal, pues la respuesta de sus ojos me intimidó.

–Mejor no –le dije. Y sus ojos se abrieron y sus labios dibujados con el rojo carmín, también.

Me miró directamente y ya no pude sostener la mirada. Me levanté y comencé a caminar a toda prisa hacia el Templo Expiatorio. No paré hasta llegar allí. Mi corazón casi a punto de estallar…

victormanuelpazarin.blogspot.mx

JJ/I