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Violencia e inseguridad

El binomio de corrupción y violencia/inseguridad encabeza las preocupaciones de la sociedad mexicana ante las campañas.

Hoy abordamos el tema de la inseguridad. Por un lado, salta a la vista el hartazgo y la zozobra social ante la violencia y el crimen desbordados; 230 mil mexicanos muertos y más de 30 mil desaparecidos en los últimos 11 años contrastan con la omisión y la indiferencia del gobierno federal que tiene al Estado con una PGR acéfala y una reforma anticorrupción atrofiada.

Ante ello resulta grave e incomprensible que los aspirantes a la Presidencia no formulen propuestas serias y sistémicas para tratar de resolver una situación cada vez más alarmante, con un nuevo sistema penal que no presenta resultados positivos y que se ha convertido en una coladera por la que escapan y se benefician los delincuentes, así como una nueva Ley de Seguridad Interior cuestionada y en litigio.

Son escasas e insuficientes las propuestas para enfrentar la inseguridad y la violencia, desde la absurda amnistía planteada por López Obrador, la propuesta de Anaya de proteger víctimas, fortalecer policías y desmantelar cárteles, no sólo eliminar o detener a sus cabecillas, lo que ha producido en los últimos años el surgimiento de nuevos cárteles fragmentados que se enfrentan entre sí e incursionan en la llamada delincuencia común, pero ¿cómo hacerlo? ¿Está al alcance de las fuerzas de seguridad?

Asimismo, el ofrecimiento de Meade de incautar bienes de los criminales, homologar leyes, sistematizar la información y capacitar a las policías, lo que se planteó desde el sistema de Plataforma México hace 18 años.

No existen soluciones mágicas y hay que trabajar en todos esos frentes y fortalecer las instituciones, pero así como no se ha presentado un verdadero plan que reafirme y retome lo que está en proceso y puede dar resultados, y plantee nuevas visiones y alternativas para superar la inseguridad y la violencia, creo que nadie ha reparado en la importancia esencial de la sociedad y su participación.

El problema parte de la familia, el cuidado y la formación de los hijos en principios y valores esenciales, dignidad de la persona, humanidad, respeto, solidaridad, bien común, ética, civismo.

Hemos abandonado la educación y la formación de los hijos, que han quedado en manos del Internet y las redes sociales, bajo el impulso sin freno del afán de poder, de placer y de dinero; hemos arrinconado a Dios en los templos, lo hemos expulsado de la vida social y su mención está proscrita de nuestras conversaciones, convirtiendo el Estado laico en uno antirreligioso, pero todo esto tiene un precio y lo estamos pagando con aflicción, con agobio y con dolor ante extorsiones, secuestros, asaltos y crímenes perpetrados por jóvenes sin familia, sin afecto, sin aprecio de sí mismos, sin humanidad.

Por otro lado, aspiramos a que venga un presidente o un nuevo gobierno que nos resuelva este grave problema, pero nada se puede sin la involucración y la participación de la sociedad; nuestro México no tiene salida si no vuelve los ojos a Dios.

No nos engañemos. No bastarán las mejores alternativas en las leyes penales y los cuerpos de seguridad. ¿Qué persona sin principios ni valores y un sentido trascendente de la vida puede participar en nuestras policías o cuerpos de seguridad sin buscar provechos indebidos y no sucumbir ante el amague de plata o plomo de las bandas criminales?

Se requiere un Estado laico, que no imponga religión alguna, pero tampoco un dogma antirreligioso; el papel de las iglesias en la revalorización de la persona humana y su dignidad y trascendencia es fundamental para recuperar la paz.

¿Sabemos qué piensan los aspirantes presidenciales al respecto?

JJ/I