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La banda británica Radiohead, otra vez, es la primera en darse cuenta. Fueron los primeros en combatir a la industria discográfica y sus altos costos a los CD al poner a consideración del público el precio de sus discos. Fueron también los que rompieron la hegemonía de Roger Waters al no seguir el boicot contra Israel y actuar en ese país. Ahora, la banda de Tom Yorke ha comenzado a bajar el volumen del audio en sus conciertos para obligar a los asistentes a callarse y prestar atención.

Las estrategias de Radiohead no han sido afortunadas y han terminado por ceder, en términos empresariales, a la gran industria, venden sus boletos en empresas monopólicas y no han tomado acciones como Trent Reznor, quien anunció que todos los que quieran ver a Nine Inche Nails deberán comprar boletos en taquilla, formarse y esperar. Radiohead distribuye su música en Spotify y acordó con Lana del Rey un arreglo económico no revelado ante un evidente plagio de la cantante, no llevó el asunto a convertirlo en un castigo ejemplar. A mediano plazo se verá si su estrategia de reducir el volumen a su música cumple su propósito.

Pero lo que evidencia la acción de Radiohead es la tendencia de los públicos alrededor del mundo, sobre todo en festivales, donde muchos asistentes no acuden por amor a la música, sino por la experiencia, que se reduce a tomarse fotografías, socializar, pasear, beber cervezas caras y participar en activaciones por las cuales esperan el tiempo equivalente al show de un artista y se llevan a casa una gorra, una bolsa o el bonito recuerdo de una marca.

Detrás de todo esto hay burbuja económica que no tarda en estallar junto a la fantasía de las experiencias. Un ejemplo es España, un país de 46 millones de habitantes donde existen poco más de 700 festivales, que seguramente va a reventar los mercados como lo ha hecho en el futbol, donde se pagan las nóminas más altas del mundo. Pocos artistas lo van a reconocer, pero los empresarios españoles pagan a artistas de todo el mundo, hasta cinco veces más de lo que cobran habitualmente por tenerlos en pleno verano en sus carteles. La inflación alcanzó a los talentos locales, algunos reciben dinero que no cobran en diez shows, lo que representa un peligro al erosionarse el mercado y desbalancear las tarifas de los boletos, pero sobre todo una cuestión más subjetiva ¿cuánto vale un artista? Está probado: hay músicos que en festivales pueden ser vistos por 10 mil personas y al tratar de convocar a 2 mil personas en un show propio, suelen no llenarlo. El capitalismo salvaje está llevando a la música y al público a un espejismo. Habrá quienes coman arena cuando esto reviente.

@WhoIsFranco

FV/I