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Los despojos

¿Exactamente en qué consiste la función de gobierno? ¿Por qué razón es que tantas personas (más de tres mil en esta próxima elección) están buscando puestos de elección popular a nivel federal, estatal y municipal? ¿Realmente hay detrás un fervor por servir a la comunidad y al país desde esas diferentes trincheras? ¿O hay algo más?

En mi opinión, muy atrás han quedado los días de la honrada medianía que proponía Benito Juárez. Los puestos públicos dejaron de ser vistos como una forma de servir a los demás para convertirse en una forma de servirse a sí mismos. Hemos visto gobiernos, desde la Revolución hasta nuestros días, dedicarse a hacerse justicia, es decir, a aprovechar el poder para enriquecerse, hacer negocios y conseguir lo que quisieran; gobiernos como el de Venustiano Carranza (a quien debemos el verbo carrancear para referirnos a robarse algo), de Álvaro Obregón, quien decía que él robaba menos porque sólo tenía una mano, pasando por los gobiernos de Miguel Alemán y de Adolfo López Mateos, hasta llegar a los gobiernos rapaces de José López Portillo (quien iba a defender “el peso como un perro” y que llorando nos aseguró que “ya nos saquearon, pero no nos volverán a saquear”) y de Miguel de la Madrid, quien se tuvo que inventar el lema de la renovación moral porque el nivel de corrupción ya era insostenible.

En los últimos 30 años la cosa no ha ido mucho mejor. ¿Habrá quien se atreva a defender a Carlos Salinas de Gortari y sus privatizaciones, a través de las cuales se amasaron fortunas impresionantes, como la de Carlos Slim? Y qué decir del terrible manejo de la economía que dio lugar al Fobaproa; o del despilfarro del bono democrático que obtuvo Fox; y podemos también incluir la absurda militarización de una guerra sin sentido por parte de Felipe Calderón, quien buscaba legitimarse a toda costa.

Pero quizá el premio gordo se lo lleva el actual sexenio con Enrique Peña Nieto, el cual ha logrado ser la suma de todos los vicios de los sexenios anteriores: un endeudamiento brutal (como en tiempos de López Portillo), un gasto excesivo (como con Echeverría), una incapacidad para combatir al crimen organizado y que ha convertido al país en una fosa común (como con Calderón), un nivel de corrupción igual o peor que con De la Madrid, en el cual, después de un terremoto brutal como el de septiembre de 1985, fue incapaz de atender a la población civil, y en el colmo, tuvo el descaro de robarse la ayuda internacional (¡qué coincidencia! Igual que con el sismo de septiembre del año pasado). Y por supuesto, hay que incluir en la lista la frivolidad y la incapacidad para entender la realidad (como con Fox), al grado que una editorial de The Economist aseguraba que el gobierno de Peña “no entendía que no entendía”.

Nos estamos quedando en un país en escombros. Hace un par de años, ante este panorama, tenía yo la impresión de que Peña Nieto había abdicado de su responsabilidad de gobernar: el pasmo en su gobierno era notable y no parecía que pudieran armar una estrategia para resolver los problemas en ninguno de los frentes: los ataques de Trump, el narco y su violencia, el aumento en los combustibles y en el costo de la vida en general… y todo el tiempo se nos acusaba de que “no entendíamos”, “no aplaudíamos”, que “había un malestar social” incomprensible, y que “veíamos todo de cabeza”.

Por eso la pregunta, ¿qué pretenden los que quieren ser funcionarios? ¿Corregir? ¿O hacerse con los despojos?

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FV/I