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Jueces nuevos renunciando
Porque nos la quitaron
A María Elena Meneses, in memoriam*
¿Quién soy yo? Es una de las preguntas que azotan a todo individuo en búsqueda de su identidad. Al menos en nuestra era, la narrativa propia sobre uno mismo suele estar atravesada por una serie de rasgos preasignados como el nombre, la nacionalidad y el sexo, además de otros que parecen ser electivos, como los gustos y la ocupación.
Las redes sociales y el Internet han abierto nuevas puertas para diseñar nuestra identidad. Y ahora, esa narrativa digital se basa cada vez más en componentes físicos de las personas gracias al fenómeno de los test de genealogía.
Las pruebas genéticas de orígenes que muestran los porcentajes de los grupos poblacionales de los que desciende una persona se han convertido en un nuevo género de entretenimiento mediático en YouTube.
Es un proceso relativamente sencillo: un individuo compra un test de ADN, recibe un kit para depositar su saliva en un frasco y luego de que lo regresa a la empresa, ésta le manda sus resultados tras unas cuantas semanas. Al recibirlos, ese sujeto cuelga un video en YouTube para compartir su información genética con todo el mundo.
Así, por ejemplo, el sujeto podría revelar que su origen es 50% nativo americano, 20% descendiente de poblaciones del sur de Europa y quizás 30% de sus ancestros provenían del sur de África. Quizás eso le ayuda a explicar por qué es como es y por qué se ve como se ve. Para bien o para mal reconstruye la narrativa sobre su identidad a partir de su genética.
Ya existen al menos un par de empresas biotecnológicas que ofrecen estos servicios en el país, como EasyDNA y Ancestry, pero no la más famosa de ellas: 23andMe, fundada en California por Anne Wojcicki, ex esposa de Sergey Brin, cofundador de Google. Parece que es cuestión de tiempo para que también se expanda por acá.
En México sobran los ejemplos de personas desesperadas por recalcar su ascendencia extranjera para tratar de paliar la herida del mestizaje. El estudio del racismo y malinchismo en nuestro país es un tema tan complicado y tabú que habrá que ver si esta oleada de pruebas genealógicas comienza a escindir la frágil construcción de la identidad mestiza nacional.
*Dedico esta columna a María Elena Meneses Rocha, quien falleció el pasado 14 de mayo en su natal Ciudad de México. A su familia y seres queridos, mi más sentido pésame. María Elena era una destacada académica del Tecnológico de Monterrey en el campo de la comunicación y las nuevas tecnologías.
También era mi directora de tesis de posgrado. Su infinita paciencia y su confianza en mi capacidad han hecho que yo siga dando pelea por terminar esa imponente empresa que es hacer una tesis. Con su partida se nos va una de las voces más necesarias para comprender las implicaciones sociales de la revolución tecnocientífica en la comunicación. Gracias por arar el camino, doctora. Tras tus pasos seguiremos muchos.
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JJ/I