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China procura lavarle el cerebro a musulmanes del interior

(Foto: AP)

ALMATY. Día tras día, Omir Bekali y otros detenidos en campos de adoctrinamiento en el occidente de China tenían que renegar de sus creencias islámicas, hacerse una autocrítica y darle las gracias al Partido Comunista.

 

Cuando Bekali, un kazajo musulmán, se negó a hacerlo fue obligado a permanecer parado en un muro cinco horas a la vez. Una semana después fue confinado a un régimen solitario y no se le dio de comer por 24 horas. A los 20 días quería morir.

“La presión psicológica es enorme. Tienes que hacer una autocrítica, renegar de tu forma de pensar, de tu grupo étnico”, dijo Bekali, de 42 años, quien no pudo contener las lágrimas al hablar de su vida en el campo de concentración. “Revivo eso todas las noches, hasta que sale el Sol”.

Desde el año pasado, las autoridades chinas de la región mayormente musulmana de Xinjiang han encerrado a decenas, si no cientos de miles de chinos musulmanes, e incluso extranjeros, en campos de concentración. La campaña abarca toda Xinjiang, un territorio que es la mitad del tamaño del de la India y una comisión estadounidense que visitó China en abril dijo que se trata de “la detención en masa de una población minoritaria más grande del mundo en la actualidad”.

El programa busca hacer que los detenidos renieguen de sus creencias políticas y de su fe islámica y forjen nuevas identidades. Las autoridades chinas no han querido hablar del tema, aunque algunas dijeron en medios estatales que hay que promover cambios ideológicos para combatir el separatismo y el extremismo islámico. Musulmanes radicales uigures mataron a cientos de personas en China en el pasado.

Otros tres presos y un ex instructor que trabajó en varios centros de detención corroboraron lo dicho por Bekali. Sus relatos ofrecen el cuadro más detallado que se conoce acerca de esta campaña de “reeducación”.

El programa es una parte importante del aparato de seguridad bajo Xi Jinping, un presidente nacionalista e intransigente. Se basa en parte en antiguas creencias chinas sobre la transformación a partir de la educación, una filosofía que impulsó aterradoras campañas de Mao Zedong, a quien algunos comparan con Xi.

“Una limpieza cultural es la forma en que Pekín busca una solución final para el problema de Xinjiang”, dijo James Millward, historiador especializado en China de la Universidad de Georgetown.

El sistema de “internación” está rodeado de un manto de secreto y no hay información pública disponible. El Departamento de Estado estadounidense calcula que hay “al menos decenas de miles” de detenidos. Un canal de televisión de Turquía manejado por exiliados de Xinjiang habla de casi 900 mil internados. Cita documentos oficiales filtrados. Adrian Zenz, investigador de la Escuela Europea de Cultura y Teología, estima que hay entre varios cientos de miles y poco más de un millón.

Cuando se le preguntó por los campamentos, el ministro de Relaciones Exteriores chino dijo que “no había escuchado” acerca de ellos. El principal fiscal chino, Zhang Jun, exhortó este mes a las autoridades de Xinjiang a ampliar lo que el gobierno llama la “transformación a partir de la educación” en un esfuerzo por combatir el extremismo.

Bekali, quien nació en China, se radicó en Kazajstán en 2006 y se naturalizó tres años después.

En marzo del año pasado, visitó a sus padres en Xianjiang y al día siguiente de su llegada se lo llevó la Policía.

Lo encadenaron a una silla de los tobillos y las muñecas. Lo colgaron de la cintura contra un muro con barras. Lo interrogaron acerca de las recomendaciones que hacía a la gente de que pidiesen visas de turistas en Kazajstán.

“¡No cometí ningún delito!”, explotó Bekali.

Siete meses después, Bekali fue sacado de su celda y se le dieron documentos que hablaban de su liberación. Pero no fue excarcelado. Fue llevado a un complejo rodeado de un cerco, con tres edificios que albergaban a más de mil internados.

Se tenía que levantar antes del amanecer, cantar el Himno Nacional chino e izar una bandera china a las 7.30 horas. Entonaban luego canciones con loas al PC y estudiaban el idioma y la historia de China. Se les decía que los pastores del centro de Asia que vivían en Xinjiang eran gente atrasada antes de ser “liberados” por el PC en la década de 1950.

Antes de comer sopa de vegetales y panecillos, debían cantar: “¡Gracias el Partido! ¡Gracias a la Patria! ¡Gracias el presidente Xi!”.

Bekali permanecía enterrado casi las 24 horas del día junto con otros ocho internados, que compartían camas y un inodoro desvencijado. Había cámaras en los baños.

Eran sometidos a sesiones de cuatro horas en las que se les hablaba de los peligros del Islam y se los bombardeaba con preguntas que debían contestar correctamente para no tener que estar parados por horas junto a una pared.

“¿Obedeces las leyes chinas o la sharia?”, preguntaba el instructor, aludiendo a las leyes islámicas. “¿Comprendes por qué la religión es peligrosa?”.

Los reclusos tenían que criticar y ser criticados por los demás. Uno por uno, se paraban frente a 60 compañeros de detención y hacían una autocrítica de su historia religiosa.

“Mi padre me enseñó el Corán. Lo aprendí porque por entonces no sabía nada”, dijo uno, según Bekali.

“Salí de China sin saber que podía estar expuesto a ideas extremistas afuera”, señaló otro.

Después de una semana, Bekali, tras su primer encierro en solitario, le gritó a un funcionario: “¡Sáquenme de aquí o mátenme! ¡No puedo seguir aquí!”.

Otra vez lo encerraron solo. El encierro duró 24 horas y terminó el 24 de noviembre, en que fue súbitamente liberado.

Al principio Bekali no quería que la AP publicase su relato por temor de que su hermana y su madre pudieran ser detenidas en China.

Pero el 10 de marzo, la policía se llevó a su hermana Adila y una semana después a su madre Amina Sadik. El 24 de abril a su padre Ebrayem.

Entonces Bekali decidió hablar.

“Esto ya llegó demasiado lejos”, dijo. “No tengo nada que perder”.

JJ/I