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Tú me llamarás con un pensamiento

I

Llegado el tiempo tú me llamarás con un pensamiento. Y yo acudiré a tu blanca recámara.

Juntos, al pie de la sombra, recordaremos esta noche en la que posaste tus delgadas manos sobre la mesa medieval. Cumpliré, entonces –dentro de algunos siglos–, con un largo beso, la petición que ahora escucho provenir de tu boca.

Me regalarás otra vez el pedazo de cielo que asomaba en el diminuto jardín. Mas yo volveré a preferir tus labios...

La lluvia caerá por una eternidad.

***

Esta noche, amor, en un plato de sangre, te entrego el corazón. Esta noche, amor –cómo te pareces a esa estrella en su fulgor–, antes de que caiga la lluvia, deposito en ti lo que soy: en tus oídos mis palabras; a tu cuidado el latir del corazón...

***

La Ceremonia del vino, el Ritual de la sangre, ¿recuerdas?

Sellamos nuestro pacto abriéndonos las venas: la circulación de la sangre hizo de nosotros –el cuerpo, nuestra carne– una sola unidad. Espíritu. Espíritu.

Antes hice una petición —“honestidad, sinceridad: Pasión por pasión. Amor por amor”—, y tú dijiste .

II

La Reina está en su alcoba. La cubren la sombra y sus pensamientos. Imagina las tierras conquistadas, las joyas que resguarda celosamente en el arcón: cartas en rojos sobres, dijes  en forma  de escarabajos –traídos de lejanas tierras–, recuerdos, y la Llave del corazón… Tiene todo la Reina para ser feliz. Mas un ligero pensamiento interrumpe su felicidad: ¿El corazón del Amado dónde está?

Entonces llora la Reina inconsolablemente.

Afuera, vigilando su sueño, está el esclavo. La escucha llorar y él también llora.

¿Imagina o sabe su dolor?

El esclavo desea abrir la enorme puerta, pero sabe que no está bien. Y llora el llanto de la Reina que yace reclinada entre las sombras… El corazón del esclavo resiste ¿cuánto?

El esclavo decide: abre levemente la puerta: deja entrar a la enorme recámara un hilito de luz que va a parar justo en el pecho de la Reina. Siente entrar en su cuerpo esa luz e interrumpe su llanto. Apenas mira entre la oscuridad. Sabe quién está afuera y calma su dolor…

El esclavo dice en silencio:

—Perdóname por hacerte sentir que estás viva.

Y deja entreabierta esa luz que los ilumina.

victormanuelpazarin.blogspot.mx

JJ/I