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La sociedad que acumula lutos

Betsabé tenía 8 años de edad. Su hermana Evelyn, 12. Ambas vivían en Chulavista, Tlajomulco, y el 11 de enero de 2011 fueron a visitar a su abuelita a la colonia Del Fresno, en Guadalajara. Las dos salieron de la casa a comprar un refresco a una tienda cercana. Cuando llegaban al establecimiento ubicado en la calle Fresno, cerca de Encino, un grupo de sicarios baleó desde un vehículo a dos hermanos y los hirió. Otros dos jóvenes ajenos al pleito recibieron impactos de bala. Un proyectil atravesó la cabeza de Evelyn; uno más acertó el cuello de Betsabé. Sus cuerpos quedaron tendidos sin vida en la banqueta.

El asesinato de las dos niñas ocurrió hace siete años. Nadie salió a la calle a protestar por el crimen de dos inocentes criaturas. Fue una nota más de la cotidiana violencia, de los secuestros, desapariciones, descuartizamientos, asaltos y toda la gama de terribles delitos que detallan los códigos penales. Niñas y niños son heridos o sucumben en la Zona Metropolitana de Guadalajara, víctimas de matones. Desde hace años ocurre lo mismo, pero conforme pasa el tiempo se han ido acentuando los muertos y heridos. Nadie se salva. Ni pequeños ni jóvenes ni adultos ni ancianos.

El reciente asesinato, ahora de Tadeo, un bebé de 8 meses de edad, quemado con su joven mamá cuando viajaban a bordo de un camión incendiado por manos criminales, estremeció esta vez a un sector de los tapatíos. Pocos acudieron ese día a organizar un velatorio en el monumento a los Niños Héroes, ahora llamado a los desaparecidos; otros siguieron las noticias y escribieron indignados mensajes; la mayoría ni se enteró. A los tres días, otro niño de apenas un año murió por una bala perdida durante una riña en Tonalá.

La zona metropolitana acumula muertos y heridos. Más familias se suman a los lutos. Nada parece sacar de la pasividad de la mayoría de los tapatíos, que atestiguan cómo crece la violencia, sin que las autoridades puedan detenerla. Interesan más un partido de futbol o un concierto que exigir paz. Como hipótesis que pudieran explicar la pasividad de los tapatíos ante la violencia anoto tres razones: la pasividad de los tapatíos es directamente proporcional a la penetración de grupos delictivos en las familias, grupos sociales e instituciones de Jalisco; es directamente proporcional al miedo ante el poder y la impunidad que ampara a los delincuentes, y es directamente proporcional a la comodidad de querer cambiar el mundo con dar likes, hacer comentarios o críticas en las redes sociales o cualquier otro espacio. Creo que las tres hipótesis se combinan en mayor o menor medida.

Abordo sólo la primera hipótesis: los delincuentes no son un ente aparte, ajeno a la sociedad; son parte de la sociedad, están dentro. La sociedad en su conjunto los conoce, los protege, los solapa, es cómplice. Las instituciones públicas y privadas, igual. ¿Cómo protesto o propongo algo para combatir la delincuencia cuando sus integrantes viven conmigo, son familiares, son vecinos, son amigos, son compañeros o de alguna manera los conozco? La gente prefiere no saber, no meterse, soportar.

Los grupos delictivos organizados siguen una vieja estrategia político militar: se mimetizan con la población. Son parte de las redes en que interactúa la comunidad, a la que han sobrepuesto sus propias redes en la zona metropolitana; están abajo, en medio y arriba de las estructuras legales. Viven en, viven de y están por encima de. Son grandes empresas ilegales que operan con división del trabajo: desde el que es halcón, distribuidor o sicario hasta el que es delincuente de cuello blanco y lava dinero.

Combatir la inseguridad pública necesariamente debe pasar por involucrar a la sociedad jalisciense. Entre los impedimentos están un ambiente electoral polarizado, grupos políticos contendiendo sólo por sus intereses específicos y la desconfianza en las instituciones, desacreditadas, con políticas públicas fallidas. Remontar todo eso, por el bien de todos, es el gran reto.

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JJ/I