La transici�n democr�tica, ahora s�

2018-07-04 23:01:48

No me equivoqué en la columna pasada cuando escribía que se avecinaba un cambio profundo que sacudiría todo el entramado institucional. Debo admitir que me sorprendió la cuantiosa votación que recibió AMLO en las urnas el 1 de julio. Un 53 por ciento que reflejaba de forma contundente e indiscutible el sentido del mandato de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos. Dato que, además de reivindicar las encuestas y reconocer su valor como ejercicios demoscópicos, otorga una enorme legitimidad al próximo presidente de México. Andrés Manuel llegará a la Presidencia con la votación más numerosa de todos los tiempos y el mayor porcentaje desde la alternancia política de 2000.

La embestida brutal hacia el puntero y el llamado de los adversarios a evitar su llegada mediante el voto útil o el “haiga sido como haiga sido” pronunciado por Meade, provocó que el fantasma de un nuevo fraude electoral, como los experimentados en 1988 y 2006, se hiciera presente en el ánimo de los electores en plena vigilia de la jornada comicial.

Sin embargo, a contrapelo de este último intento de polarización, la tranquilidad y la civilidad que imperaron entre los ciudadanos que acudieron a las urnas, así como el abultado margen obtenido por AMLO, hicieron posible que pocas horas después del cierre de las casillas y con la información suministrada de la encuestas de salida, los candidatos derrotados, primero Meade y luego Anaya, salieran a los medios a reconocer la victoria de López Obrador.

Aunque en sentido estricto se trata de una alternancia política, como la experimentada en las elecciones de 2000, las diferencias que se observan en el arribo de AMLO respecto a la llegada de Vicente Fox son abismales. En 2000, bajo la euforia de la primera derrota del PRI, numerosos académicos y opinadores identificaron a la alternancia como una transición democrática.

Más temprano que tarde, el gobierno foxista proporcionó evidencias suficientes para dejar en claro que se trataba, únicamente, de un cambio de funcionarios en la administración. No se tocó para nada el entramado institucional, mucho menos se intentó transitar hacia un cambio de régimen. De hecho, las administraciones panistas de Fox y Calderón nunca ejercieron, de una manera efectiva y autónoma, el poder. En los hechos cogobernaron con el PRI, originando el denominado PRIAN.

Los discursos pronunciados por López Obrador en la noche del 1 de julio, tanto en el Hilton como en el Zócalo, no anuncian una alternancia en la administración pública, sino que perfilan y convocan a una profunda y radical (que etimológicamente proviene de raíz) transformación política y social del país, que implicará una renovación profunda del entramado institucional. Convoca a impulsar en el país, ahora sí, la largamente esperada transición democrática. En sus palabras, la cuarta transformación de la vida pública nacional. Nada más, pero nada menos.

El bono democrático que acompañará al futuro gobierno no solamente se refleja en la contundencia de 53 por ciento, sino que, como lo demuestran algunas encuestas de salida, el apoyo al tabasqueño fue mayoritario en todos los segmentos etarios, educativos y de género.

Jóvenes, adultos y tercera edad; con educación primaria, intermedia y universitaria; hombres y mujeres en proporción casi similar. Los contrastes se manifiestan en los estratos socioeconómicos. En los sectores de bajos ingresos (hasta 8 mil pesos) es donde radica su apoyo mayoritario, a excepción de la clase media-alta (18 a 26 mil pesos), en los demás estratos las distancias no son sustanciales. Se destaca que en el segmento de la clase alta (80 mil pesos y más) AMLO empata con el candidato del Frente.

La noche del 2 de julio de 2000 el grito de “¡no nos falles!” se generalizó, espontáneamente, entre los simpatizantes de Fox reunidos en el Ángel de la Independencia. El 1 de julio de 2018, en un Zócalo atestado, la primera frase que pronunció AMLO fue: no les fallaré.

@fracegon

JJ/I

 
Derechos reservados ® ntrguadalajara.com