La ciencia de plantar �rboles

2018-07-14 21:31:30

Crecer en Guadalajara me hizo creer que los árboles urbanos eran muestra de la biodiversidad florística jalisciense. Los famosísimos ficus benjamina plantados indiscriminadamente en los 70 y 80 en toda banqueta, andador, camellón, me hicieron asumir en mis primeros años que era la especie emblemática de nuestra ciudad, y hasta me gustaba.

Fue hasta la secundaria cuando caí en cuenta que los árboles nativos mexicanos no tienen absolutamente nada que ver con el paisaje urbano tapatío -y que además son superiores en belleza-, me sorprendí y no captaba la lógica, ¿cómo habían llegado entonces tantos ejemplares ajenos a esta región? Después entendí que esta ciudad era un ambiente completamente artificial y nadie se había esforzado por incorporarle un poco de identidad a nivel biológico.

Vamos al ejemplo de Zapopan, su nombre, etimológicamente, viene del náhuatl Tzapopan, que podría traducirse en “lugar de zapotes”, por la proliferación de este árbol frutal de zapote blanco icónico en la antigüedad. Pero, a pesar de evocarlo sin darnos cuenta, ¿dónde ha visto alguien un zapote en las calles para pensar que a éste se le debe el nombre del municipio? Desconozco cualquier posible ubicación.

Contrario a volver a mirar el origen y las ventajas que supone cubrir las áreas verdes de la ciudad con especies nativas viables, importante esta última palabra, se sigue optando por ejemplares exóticos que acarrean una serie de perjuicios, y el problema radica en que la justificación de su uso es que ya son muy conocidas y comunes en la ciudad. ¡Error!

Es cuestión de mirar alrededor: el eucalipto, común en prácticamente todo el anillo Periférico, es originario de Australia y está comprobado por botánicos que empobrece el suelo por una sencilla razón: su adaptación biológica se dio en función de las condiciones de ese país, no del nuestro. El tabachín, muy usado por su follaje horizontal que crece como una sombrilla, pero que se ha prohibido incluso en ciudades de Colombia por la agresividad de sus raíces con la infraestructura urbana, se acaba de plantar por decenas en el Paseo Alcalde, en el corazón tapatío, sin mencionar los otros tantos ya ubicados en la ciudad. Su origen es nada menos que Madagascar.

Otro ejemplo: la galeana, ese enorme árbol voluminoso en tallo, ramas, follaje, brillantes flores naranjas y raíz destructora de banquetas, proveniente de África, también se escogió para el andador de Alcalde.

Va un dato para dimensionar la pésima planeación florística de la ciudad. Según el censo que se hizo para el Plan de Manejo de Arbolado de la Línea Tres la Semadet en 5 mil 992 árboles cercanos al derrotero, 75 por ciento era de especies exóticas, solo seis por ciento estaban ubicados en un espacio idóneo para su crecimiento y 62 por ciento en condiciones regulares de salud.

Repito: 75 por ciento de esa muestra era de exóticas, es decir, ajenas a las especies que se distribuyen en el país, por lo que son más propensas al ataque de plagas, a debilitarse, caer y volverse un peligro para los viandantes o conductores.

Esto no es un llamado a atentar contra las variedades foráneas de ficus, contra todas las lluvias de oro, la galeana, las primaveras, no, sino a estar enterados de que se trata no solamente de ornato, de adornos, de incomodidades, sino de sanidad vegetal, de salud pública y además de fomentar la cultura de conocer nuestros árboles nativos: Jalisco es el estado con más diversidad de pinos de México, y México del mundo, pero hay muy pocos representantes en la ciudad que podrían tener espacio en lugares estratégicos.

La plantación de árboles urbanos y silvestres es un tema de ciencia que demanda cierto rigor técnico; quien guste plantar algunos, adelante, pero documéntese porque no se puede recetar un árbol para toda ocasión, pero sí se sugiere privilegiar las variedades nativas, que están mejor adaptadas a las condiciones climáticas y ecológicas.

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