�Me vende usted sus l�grimas?

2019-06-03 21:36:14

La doctora dice que tarde o temprano voy a quedarme ciego. Me recetó un cóctel de goteros, algunos con sustancias tan viscosas que parecen aceite de motor, y resumió parte de mis problemas: mis lágrimas no funcionan.

Dije que no entendía, que desde que cuento con memoria mis lágrimas saben a sal y suelen deslizarse de los ojos al mentón, hacia abajo, como ordena la gravedad, salvo aquel día en que fueron hacia arriba… pero sólo pasó una vez. La oftalmóloga no le dio importancia, dijo que a todos les sucede al menos en una ocasión, caprichos de las lágrimas, y me explicó por el contrario que deben contar con ciertos nutrientes para renovar y lubricar adecuadamente la superficie de los ojos; en el caso de mis lágrimas, están desnutridas: se necesitan más de las que produzco naturalmente para paliar su baja calidad.

Pues fui a la farmacia y me gasté medio sueldo en botes con cuentagotas. El problema era mayúsculo: según mis números, en adelante iba a gastar más en lágrimas artificiales que en alcohol recreativo y cigarrillos, paradoja si se considera que el primero ayuda a producirlas naturalmente y los segundos a gozarlas, así que me propuse buscar el modo de hacer economías sin afectar la salud de mis hábitos.

El asunto es que no hay genéricos en los productos oftálmicos: si le compras medicina para ojos a una botarga no esperes reconocerte en el espejo; lo que hace falta son más lágrimas, me dije, así que el reto será generarlas de forma natural y así gastar menos dinero en artificiales.

Así que me propuse buscar métodos para llorar.

Lo primero que hice fue asaltarme a mí mismo con recuerdos de la infancia, amores que murieron o jamás pasaron; recordé finales de mis libros, respuestas que pude decir pensadas dos segundos después, cosas que pude explicar.

Me hice un álbum mental de cosas tristes, desde cadáveres de mascotas cubiertos de hormigas a la orilla de la carretera a niños de crucero comprando sopa instantánea y mezcal barato en el Oxxo a la medianoche.

En otras ocasiones son paseos por la Moderna, a observar esas casas abandonadas que detrás de los grafitis y la maleza conservan su dignidad; y cuando hay tiempo, me voy a Chapala y lloro por esos pequeños malecones que se quedaron sin conexión con la playa, que nadie pisará nunca más y sólo le sirven a las aves.

Hoy, si usted, amigo, me ve en la calle llorando, no crea que estoy triste: ahorro billetes, colega: mejor regáleme una cebolla de tamaño mediano, una que quepa en el bolsillo y a la que le pueda dar pequeños cortes para poder seguir viendo la belleza de este mundo.

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JJ/I

 
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