La m�sica como lenguaje materno

2019-07-13 20:28:29

Activa. Paloma pertenece a la Orquesta Sinf�nica Juvenil de Zapopan y al Ensamble Supercluster, adem�s de colaborar con m�sica para obras esc�nicas. (Foto: Grisel Pajarito)

La intérprete y compositora originaria de Ensenada, pero ya casi adoptada tapatía, está enamorada de la música y desde muy joven mostró habilidades para expresar sus emociones y sus ideas a través del sonido. Sobre todo del chelo.

Toca para la Orquesta Sinfónica Joven de Zapopan, en el Ensamble Supercluster y hace música original para la escena. Va de la música académica a la experimental todo el tiempo. Ahora mismo, en este lenguaje se encuentra componiendo su propio camino sobre todo en la composición de piezas personales en donde la experimentación y el amor por lo clásico se reúnen.

NTR. ¿Cómo te acercaste a la música?

Paloma Valencia (PV). Fue mi mamá la que me acercó, desde que estaba embarazada de mí escuchaba a Vivaldi, Bach, Mozart y Beethoven mientras acariciaba su panza. Era mi música para jugar, los conciertos para piano eran mi escenario para hacer construcciones con mis cubos de madera. Crecí entre conciertos para cuerdas, oboe y violín. Fui a mi primer concierto a los 4 años con la Orquesta Sinfónica de Ensenada y mi mamá me cuenta que cada vez que escuchaba al timbalista tocar quería correr a abrazar el timbal. Una maestra le dijo que me dejara, que había algo ahí. Poco después me llevó a la escuela de música del estado en cuanto aprendí a leer y escribir.

NTR. ¿Cuál fue tu primer instrumento?

PV. El programa de iniciación para niños contemplaba solfeo, coro y flauta dulce, así que eso, después de un año ya que aprendí las bases toqué casi todas las flautas barrocas, fue un paso muy natural para mí en ese tiempo, recuerdo que ni siquiera me ponía nerviosa en los recitales, me encontré en mi espacio. Luego pasé a violín, me gustó mucho hasta que un día sufrí un episodio de violencia de parte de una maestra y quería irme, no quería tener que regresar jamás a clases. Fue muy traumático aunque lo descubrí ya tiempo después. En mi casa nunca hubo violencia, sentía presión por mejorar en la música, pero nunca lo sentí como algo negativo, crecí con mucho amor en mi entorno, a pesar de los problemas creo que por eso fue tan determinante.

NTR. ¿Pensaste en abandonarlo por completo?

PV. Dejé de tocar esa temporada, luego varios miembros de mi familia fallecieron, una de ellas de una enfermedad larga y fulminante, fue una etapa muy dura y todo eso nos tiró, a mí me alejó de la música hasta que a los 16 años tenía que elegir mi carrera de licenciatura, estaba pensando en algo como diseño gráfico o relaciones internacionales, pero lo que en realidad quería era estudiar música y mi mamá me lo hizo ver. Ahí elegí el chelo, fue una inspiración de ese rato, sonaba razonable, pero fue como casi azaroso, así que mi mamá fue a San Diego y consiguió un chelo. Comencé a tomar clases particulares para agarrar tablas. Un día me cansé de Ensenada, compré mi boleto para Guadalajara, también casi por azar me vine a hacer el examen de música a la UdeG.

NTR. ¿Qué te hace quedarte en el chelo?

PV. Los sonidos graves, amo sentir la vibración del instrumento en mi cuerpo, porque todo el tiempo suena pegado al pecho y a las piernas, es todo un viaje tocar el chelo, estás demasiado en contacto con la madera que vibra, necesitas de todo tu cuerpo para tocarlo, el apoyo viene desde los pies, las rodillas, la cadera, la espalda. Mi cuerpo cambió muchísimo desde entonces, parece imperceptible para los demás, pero es algo que siento.

NTR. Tocas en orquestas y ensambles académicos, ¿cómo fue tu acercamiento a la composición contemporánea?

PV. Fue un performance de titulación de una chicas, recuerdo que no sabía ni por dónde empezar, estaba en mi casa petrificada, fue en una noche, me senté con el chelo y comencé con la cuerda de do, la más grave, ahí comencé a jugar y salió algo súper denso. No escribí nada, lo memoricé por completo y trabajé así. Ahora ya me grabo y escribo, me lo tomo un poco más en serio cada día pero esos nervios no han acabado nunca.

NTR. ¿Cómo es ir y venir de la música académica a la experimental?

PV. Me gusta mucho no depender siempre de una partitura y estar en la música más atenta de lo que sucede a mi alrededor, la escucha perpetua en el escenario, construir en tiempo real cosas que tengan sentido y coherencia. La escuela de música es muy tradicional y no creo que esté mal, para mí es importante que no esté peleada una cosa con la otra, como músicos y como artistas necesitamos la capacidad y la apertura de hacer cosas distintas que te nutran y te hagan crecer.

NTR. ¿A qué le atribuyes haber encontrado ese camino?

PV. Empecé a entrar a proyectos, a tocar aquí y allá, acabé la escuela. Me quedé, me gusta mucho la ciudad y vivir aquí. He encontrado personas muy valiosas, amigos muy buenos, proyectos increíbles. Siempre traigo música en la cabeza, desde que abro los ojos en la mañana, no me considero compositora todavía, siento que me falta camino por recorrer, pero estoy feliz con lo que ha ido saliendo, ahora estoy componiendo una serie de piezas para chelo y voz con looper y efectos, estoy muy entusiasmada, no he publicado nada porque no lo siento listo, pero estoy en eso.

NTR. ¿Qué se siente estar ahí, arriba, tocando?

PV. La música es otro idioma que hablo cuando las palabras no me alcanzan. Me siento libre, me siento yo por fin. Un poco es mi lengua materna, fue lo primero que escuché. Cuando comencé me veía a mí misma como una intérprete solemne y seria, pero ahora, que he estado cerca de tantas cosas sé que quiero explorar todas las posibilidades y sé que no me va a alcanzar la vida para ello, pero me he rodeado de artistas maravillosos y generosos con quienes tengo proyectos, un ambiente así es necesario, la música académica a veces tiene ambientes más cerrados, los músicos que fusionan o que hacen otros géneros tienen un ecosistema más íntimo.

NTR. ¿Cómo te ves en el futuro?

PV. Componiendo e interpretando, en un balance equitativo. Haciendo música para cine. Lo que no podría hacer nunca es dejar de tocar, eso me aniquilaría, necesito tocar, sentarme y escuchar, para mí ha sido mi terapia y mi salvación, mi todo, no concibo mi universo sin música, a veces pienso en qué haría si un día tuviera que dejar de hacerlo y no se me ocurre nada, no lo sé.

Radiografía 

Para escuchar en un día triste: La danza secreta y profana de Debussy. El sexteto no. 2 de Brahms para cuerdas y lo que sea de Moderata

El último libro que leíste: Sofía de los Presagios de Gioconda Belli, y su poesía

Mascotas. Seis gatos, todos rescatados. Cuatro recién nacidos que estoy cuidando como casa de transición y un pichón 

Series que estás viendo: Russian Doll, Dark, y Lucifer, esta última me da un poco de pena, pero es muy divertida.

Lo más difícil de hacer música: Para mí ser foránea y ser mujer

El último concierto al que fuiste: Al de Khronos Quartet, que es un documental al mismo tiempo. Salí llorando, muchas cosas que se dicen ahí tienen todo el sentido del mundo

da/i

 
Derechos reservados ® ntrguadalajara.com