Asesinatos de defensores de la vida

2019-08-31 20:21:48

Una de las noticias recientes más crueles, pero que dibuja perfectamente la situación de guerra en que nos encontramos, se refiere al creciente número de personas defensoras de sus territorios y bienes comunes naturales asesinadas desde sexenios anteriores, pero que han tenido continuidad en el gobierno actual. ¿Cómo podemos explicar que México sea el sexto país del mundo que se considera como más peligroso para las personas que sólo defienden la vida?

Debemos recordar que, así como el país ocupa este vergonzoso sexto lugar, también ocupa uno de los primeros lugares dentro de los países de mundo que, desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari hasta el de Enrique Peña Nieto, han realizado todas las reformas constitucionales demandadas por el capital y necesarias para que éste pudiera realizar legalmente sus procesos de sobreexplotación y destrucción de los bienes comunes naturales, reduciendo con ello las posibilidades de reproducción de la vida al margen del mercado capitalista.

Se procedió de tal manera debido a que México, a pesar de todo, sigue siendo uno de los diez países más megadiversos del mundo. Y ello fue y sigue siendo posible gracias a que los pueblos originarios habían logrado contener las incursiones del capital sobre su territorio disfrazadas de desarrollo, de civilización y ahora de desarrollo sustentable. La riqueza natural de México es, pues, el motivo del asedio y la guerra que el capital ha declarado hace años a la naturaleza y a los defensores de la vida.

Los capitalistas, los destructores de la vida, no ven el bosque, ven madera preciosa que se convertirá en dinero; no ven el río y no les importa la vida que produce a su paso, ven apenas un cauce donde descargar sin tratamiento alguno sus desechos tóxicos. Tampoco ven la montaña como el hábitat de toda una diversidad de especies. La ven sólo como el depósito de muchos minerales que deben ser explotados. Así, oponerse a dichos procesos se ha convertido en una de las acciones más radicales y riesgosas porque el capital no acepta que nadie se oponga a él, y para ello cuenta con el apoyo irrestricto del Estado y de los grupos criminales que medran a su alrededor y que juntos se han constituido en verdaderas máquinas de guerra. 

La posesión de la tierra de manera comunal o ejidal, contar con cuerpos de agua (ríos, lagos, manantiales, ojos de agua, mares, etcétera) limpios, sin contaminantes y cerros y montañas que contienen una gran biodiversidad de flora y fauna, es lo que permite que se pueda vivir de manera relativamente autónoma y autogestiva, no regulada ni controlada por el mercado capitalista. Para alimentarse en el campo, y de manera sana, era suficiente con subir al cerro para encontrar algún fruto o entrar a pescar al lago. En esta posibilidad reside la capacidad de resistir y luchar. Entonces, la destrucción de la naturaleza y los asesinatos de sus defensores se convirtieron en objetivos centrales que, como vemos, se siguen cumpliendo y frente a los cuales, no obstante, las asimetrías, los pueblos y comunidades siguen resistiendo.

Es por ello que considero que en este tipo de confrontaciones se está sintetizando el conflicto social actual entre los destructores y los defensores de la vida. Casualmente, cuando escribía esta columna, una querida compañera me hizo recordar la canción Pare, de Juan Manuel Serrat, compuesta en 1983, y que resulta de absoluta vigencia.

da/i

 
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