Peones de la muerte

2019-09-22 23:18:35

Crecí con una idea del asesinato basada en Rodión Románovich Raskolnikov y sus batallas interiores acerca de la justicia, el bien y el mal, la inocencia y la culpa, la condenación y la redención.

Desde la adolescencia, el homicidio era una de las reflexiones que abarcaban gran parte de mi pensamiento. A través de la literatura me preguntaba cómo era posible que alguien se atreviera a cometer ese acto casi divino de terminar con la vida de otro ser humano. A través del cine lo veía como algo cotidiano, casi vulgar. Eran tiempos distintos. No había entonces guerra contra el narco ni los cárteles de la droga se disputaban abiertamente el territorio mexicano.

Hoy no termino de concebir todavía la convergencia de divinidad y vulgaridad en alguien que se dedica a descuartizar personas como si fueran basura, por ejemplo, El Pozolero de El Teo, que disolvió a unas 650 personas en ácido, o los especialistas del cártel local que colocaron personas en pedazos dentro de 138 bolsas localizadas en La Primavera hasta ahora.

El cine exagera la efusión de sangre, la magnitud de las heridas, los gestos de la agonía. En series o en películas somos espectadores cotidianos de crímenes múltiples. La muerte llega a ser tediosa. Los guionistas (y todo tipo de escritores en general) tienen arduo trabajo buscando formas novedosas y verosímiles de matar a sus personajes. Ello es un asunto fundamental en la mayoría de las películas de terror. Es cada vez más difícil sorprender al público con la muerte.

También el público de la no ficción y los redactores de la no ficción encuentran el asesinato como algo habitual en la televisión y los periódicos. En las noticias el fenómeno despersonalizante de la muerte es más notorio porque las víctimas pierden sus nombres en la masacre cotidiana, pierden su identidad en fosas clandestinas y paraderos desconocidos.

El último vestigio de la persona asesinada queda anónimo en los refrigeradores de la morgue y las criptas numeradas de los panteones, donde serán inhumados si nadie realiza el trámite de reclamación de los cuerpos ante la fiscalía.

Raskolnikov no halla par en las personas dedicadas al exterminio de sus semejantes en casas de seguridad adecuadas como matadero. Ningún sicario se cuestionará acerca del significado de sus actos o el impacto de sus crímenes. Quizás alguien que ha cometido un homicidio singular llevado por algún motivo frívolo o profundo se preguntará si fue más valiosa la consumación de su acto que la zozobra de saber que será perseguido y la misma tortura de su propia conciencia. Pero un asesino dedicado a ello, con crímenes a destajo, ¿meditará sus acciones?

Alguien como el adolescente que participó en el asesinato de El 53 en Plaza Galerías en agosto, ¿tiene en su mente la dimensión de la muerte intencional de un otro? Ese muchacho de 17 años que murió con la pistola en la mano, simple peón prescindible en una pugna ajena, ¿tendría ya en su cuenta otros homicidios o sería su primer crimen?

Yo me imagino a los descuartizadores sentados en un sillón de alguna de esas casas de exterminio comiéndose un lonche y empinando una Coca Cola en un descanso, antes de seguir cortando en pedazos a una persona que acaban de asesinar por la mañana. Y echados, roncando con una pistola bajo la almohada a la noche para brincar en cuanto oigan cualquier ruido fuera de lugar.

En muchos aspectos son personas ordinarias realizando un trabajo. O al menos eso es lo que podrían creer. Dudo que se sientan identificados con la mística retorcida de un Hannibal Lecter que asesina a quienes le parecen descorteses o maleducados y le da un significado moral a la muerte.

@levario_j

JJ/I

 
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