Territorios de sacrificio social�

2019-11-14 21:51:54

Como si fuera poco lo que de por sí ya sufren en el territorio de los municipios de Juanacatlán y El Salto, Jalisco (la contaminación del río Santiago, el basurero Los Laureles, la industrialización y la urbanización salvajes, el macrolibramiento, etcétera), ahora, tardíamente, nos enterarnos que se construye ya una planta nucleoeléctrica. Pero hay rumores de que pretenden construir dos plantas de ese tipo. 

Es lo que faltaba para definitivamente nombrar a estos territorios altamente contaminados, industrializados y urbanizados como zona de sacrifico social. Es decir, territorios sobre los que el capital y el estado, de manera unilateral, han decidido que se pueda extraer de sus entrañas todos aquellos bienes naturales (agua, minerales, materiales para construcción, etcétera) susceptibles de ser mercantilizados; que se puedan explotar (la tierra misma, los bosques), al máximo grado, para que arrojen las mayores ganancias económicas que quedarán en muy pocas manos. 

Hablar de zonas de sacrifico social es similar a lo que desde los años 50 del siglo 20, Frantz Fanon, en su libro Piel negra, máscaras blancas, definió como zonas del no ser. Ahora la noción “territorio o zona de sacrifico” se utiliza, como digo, para referirse a aquellas geografías donde todo se vale, donde todo puede ser arrasado bajo la racionalidad de la ganancia económica, pero enmascarado con el discurso, primero del progreso, luego del desarrollo y ahora el de la sustentabilidad. 

Así, en los territorios o zonas de sacrificio lo que nada importa es la vida de las personas que habitan en los pueblos, comunidades y ciudades desde mucho antes de que llegara el progreso y el desarrollo a sacrificarlos. Tampoco les importa la vida y la salud de las personas que ahí trabajan (mal pagados) y que junto con quienes ahí reproducen su vida cotidianamente son expuestos a una diversidad de contaminantes tóxicos que ponen en riesgo su salud y para quienes la afirmación de la ampliación de la esperanza de vida resulta una falacia. 

Es muy probable que no la alcancen, al menos no en condiciones saludables y dignas. Y bueno, si la vida de las personas no les importa a los emprendedores, a los desarrolladores, a la clase en el poder, pues mucho menos les importará la vida de otras especies animales y vegetales. En este caso nos referimos solo a los municipios de la Zona Metropolitana de Guadalajara, pero si alzamos la mirada para ver todo el estado de Jalisco y el país podemos encontrar muchas más zonas de sacrificio social y natural. 

Hace apenas unas semanas comentaba en esta columna de la posibilidad de la clausura definitiva del basurero, eufemísticamente llamado vertedero Los Laureles y que está en funciones desde 1986 como planta procesadora. La invasión industrial la sufren desde los años sesenta del siglo 20, con la fundación del corredor industrial El Salto. Los desechos tóxicos industriales y los lixiviados que se descargan en el cauce del Río Santiago son los causantes de su muerte por contaminación. 

Ahora con la construcción de la planta termoeléctrica se constatan dos hechos político-sociales. Por una parte, en pleno contexto de crisis ambiental, la determinación y empecinamiento del capital y el estado en hacer de las geografías ubicadas en los márgenes del río Santiago un territorio o zona de sacrificio social y natural y, por la otra, una población que tampoco ceja en su determinación de defender su territorio y que ahora con más experiencia, con digna rabia ya enarbola su nuevo grito de lucha: ¡No a la termoeléctrica! 

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