Durante muchos años el acceso de los periodistas al presidente de México era sumamente restringido. Muy de vez en cuando, en ocasiones especiales, algunos pocos reporteros tenían la posibilidad de preguntar al mandatario. Los informes de gobierno, el comienzo o final de un sexenio, eran momentos para que esto ocurriera. Las ruedas de prensa prácticamente no existían.
El presidente Andrés Manuel López Obrador rompió esta tradición e instauró una rueda de prensa matutina. Todos los días en Palacio Nacional se presenta ante los reporteros para entablar lo que él llama un “diálogo circular”, una rueda de prensa que ha sido bautizada como la mañanera.
El hecho de que un presidente acceda a responder preguntas de la prensa es, sin duda, una buena noticia. La figura presidencial hasta hace muy poco lejana a los cuestionamientos de la prensa, se expone ahora cada mañana a las preguntas de los periodistas.
Sin embargo, la calidad de estos encuentros no ha sido la más apropiada. Lejos de ser un “diálogo circular”, como afirma López Obrador, se convierte por momentos en un diálogo de sordos. El espacio que debiera ser para un intercambio de información útil y oportuna, pierde su sentido cuando los argumentos dan paso a los adjetivos o, más aún, a las descalificaciones.
Cuando esto ocurre, el presidente cae en una contradicción. Por un lado, abre el espacio de encuentro con la prensa, pero, por otro, descalifica a los medios, las personas o las preguntas que le son incómodas. Con ello el espacio de diálogo pierde su sentido.
La frase “yo tengo otros datos” se ha vuelto popular y le ha servido al presidente para zanjar discusiones o responder preguntas que no le gustan. “Conservadores”, “prensa fífí”, “hampa del periodismo”, “prensa alquilada” y “prensa opositora” han sido algunas maneras en que se ha referido a los medios y sus representantes. Cuando hace esto, incurre en una falacia ad hominem, esto es, que se descalifica a la persona (en este caso también al medio de comunicación) en lugar de responder al argumento.
Es cierto que existen periodistas corruptos. Es innegable que, afortunadamente, no todas las líneas editoriales de los medios son afectas al gobierno, pero de ahí no se sigue que cualquiera que cuestione o incluso critique se convierta en un “adversario”, como le gusta llamar a quienes no coinciden con él.
Si un medio o un periodista difunden información falsa, lo que toca es refutarla con datos, no con calificativos. El buen periodista tiene por norma publicar datos en lugar de adjetivos. En una investigación periodística de calidad no se dice “tal funcionario es un ladrón”. Se dice: “Tal funcionario desvió tal cantidad de recursos a su cuenta…”. Lo mismo tendría que hacer el equipo de comunicación de la Presidencia, desmentir puntualmente la información equivocada o falsa.
Cuando desde el gobierno se descalifica a la prensa en un contexto de agresión contra los periodistas, vulnera su seguridad y, con ello, la libertad de expresión. La Asociación Mexicana de Derecho a la Información señaló que 2019 es el año más violento para los periodistas y la libertad de expresión en México, pues han sido asesinados 15 comunicadores. El reciente ataque de simpatizantes del presidente a un periodista es muestra de lo que puede ocurrir de seguir esta tendencia.
Las mañaneras pueden ser un espacio de discusión democrática, incluso intensa, sobre los asuntos de interés nacional. Para ello, es necesario que los periodistas y el presidente eleven la calidad del diálogo. En una sociedad democrática es indispensable una prensa crítica al poder, cualquiera que éste sea.
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