Malas vibras�

2019-12-11 23:09:26

Quienes por largos años hemos estado vinculados a diversos movimientos de protestas sociales desarrollamos ciertas experiencias y capacidades. Entre otras, por ejemplo, esa especie de olfato para percibir, sospechar, presentir que el ambiente se enrarece porque empiezan a aparecer determinadas señales, mensajes, que pudieran estar escondiendo o anunciando el riesgo de acciones represivas. 

Una sensación de este tipo la sentí claramente cuando el 28 de mayo de 2004 me dirigía por el Centro de la ciudad hacia la glorieta La Minerva, de donde partiría la manifestación para protestar contra la Cumbre de América Latina y el Caribe-Unión Europea que se celebraba en esta ciudad. Previo a esta reunión, los edificios de los poderes del estado de Jalisco y hasta el Instituto Cultural Cabañas fueron bloqueados con muros de más de 3 metros de altura. Como suelen hacer los gobernantes, se reúnen en secreto, se esconden de la gente para tomar sus acuerdos. 

Pues en aquella fecha, según me iba acercando a La Minerva, se podían apreciar piquetes de policías en todas las bocacalles aledañas. La cantidad de policías en la calle era algo inusitado que se juntaba con ciertos mensajes previos que en tono amenazante ya habían dicho los gobernantes autoritarios panistas de aquellos tiempos, que igual que a los priístas tampoco les gustaban las manifestaciones sociales de protesta. 

Por ello, en las reuniones de organización de aquella protesta se discutió la posibilidad de acciones represivas por parte de los cuerpos policiales. No todos percibieron dicha posibilidad, por lo cual las medidas de seguridad no fueron debidamente consideradas, sobre todo cómo aislarse o desmarcarse en caso de la infiltración de provocadores, que entonces ya estaba ubicada como una estrategia contrainsurgente, que a la vez que deslegitima la protesta, justifica la cruenta represión que al final sucedió y de la cual se enorgulleció el grotesco gobernador de entonces, Francisco Ramírez Acuña. 

Por diversos motivos, mensajitos que van dejando, o que uno va leyendo entre líneas, pienso que en estos días se está enrareciendo el ambiente político en las cabeceras municipales de Juanacatlán, El Salto, Zapopan y San Cristóbal de la Barranca, Jalisco, a partir de que el capital ha decidido, junto con el gobierno, la realización de diversos megaproyectos para la instalación de plantas termoeléctricas, hidroeléctricas y realizar actividades de exploración geotérmica. 

Al pretender realizar estos megaproyectos siguiendo la ruta de la barranca del río Santiago resulta fácil suponer que, a la par, se ha decidido no rescatar, no restaurar, el río Santiago, como anunció estruendosamente a fines de 2018 el gobernador Enrique Alfaro. Pretender construir cuatro plantas termoeléctricas y un gasoducto en Juanacatlán; una planta hidroeléctrica en las cercanías de la cabecera municipal de San Cristóbal de la Barranca y hacer exploraciones geotérmicas en el municipio de Zapopan, más bien anuncia la decisión de continuar las políticas de despojo y destrucción del entorno natural como vía de acumulación. 

Y para lograr su objetivo, gobierno y capital están haciendo todo lo que consideran pertinente sin detenerse, como es usual en ellos, en respetar la legalidad que ellos mismos han impuesto. Inventan acuerdos de asambleas de ejidatarios y comuneros y los presionan para que vendan sus tierras; intimidan a los pobladores organizados que se oponen a dichos proyectos (les rompen vidrios de sus coches, simulan accidentes automovilísticos, presencia de policías municipales en sus asambleas, etc.). Como en mayo de 2004 ahora también algo huele mal. Ojalá que el gobierno no esté dispuesto, como parece, a acompañar al capital en una aventura represiva. 

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jl/i

 
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