Grandeza y miseria humana�

2020-01-19 06:00:00

Bien decían nuestros mayores: los viajes ilustran. Comparar lo que vemos, lo que escuchamos, las diversas maneras en que se comportan las personas nos permite valorar lo que tenemos y también lo que en otras partes se cuida y fomenta. 

Y la experiencia más directa para valorar lo que tenemos en México y en Jalisco es probar las comidas, bebidas y alimentos que son la especialidad de cada lugar. Y aunque podemos extrañar una carne con chile y sus respectivos frijolitos, una birria o un pozole, al salir del país con espíritu aventurero vale la pena probar una buena fabada en Asturias, acompañarla con una sidra de sabor un tanto avinagrado, menos dulce que la consumida en el mercado. Qué tal probar unas castañas que se venden en las plazas, asadas y en un cucurucho de papel, para no extrañar las guasanas o los esquites de nuestras calles. 

Impresiona cómo los bares, en los que se venden bocadillos, pinchos y cañas o vino, son el espacio por excelencia para la socialización con los compañeros de trabajo, para tomarse un descanso a media jornada de trabajo, o por las noches salir a caminar con los amigos y amigas, tomar algo y seguir a otro barecito, probar la mejor tapa (pan con algún tipo de comida o simplemente jamón serrano) que en ese local se ofrece. Pizza y pasta, quesos en abundancia y vinos generosos, un buen café con pastas o un gelato para tomar un descanso después de recorrer alguna ciudad italiana. 

El patrimonio construido es sin duda otro elemento que se puede disfrutar, ciudades en donde encontramos las plazas con edificios que han sido bien cuidados o reconstruidos, iglesias, castillos medievales o ruinas que van desde las construcciones románicas, pasando por las épocas gloriosas de la expansión española o del máximo esplendor de la arquitectura y las artes en el Vaticano, en la majestuosa Roma y en la hermosa ciudad de Florencia. Todo el genio de artistas, arquitectos, todo el poder civil y religioso materializado en sus edificios, sus plazas y calles en donde puedes admirar esculturas imponentes en dimensiones y perfectas en su hechura. Hay un esfuerzo de preservar lo antiguo y equilibrarlo con la funcionalidad de lo nuevo y no menos bello. 

Los ríos se mantienen abiertos y en la mayoría de las ciudades están flanqueados por calzadas en los que las personas pueden transitar mientras disfrutan el paisaje o recorrerlos en bicicleta. Han sido parte de pueblos y ciudades, sus puentes y paseos dan aire y los embellecen. Ahí sí me sale un lamento: ¿a quién se le ocurrió taponear los ríos en nuestro país, juntar las aguas más limpias con los drenajes y construir sobre sus cauces grandes avenidas y alentar el uso de automóviles? 

La grandeza de pensadores, literatos y científicos destacados, como Galileo, Dante o Maquiavelo; el poder de los Medici, la visión humanista, aunada al estudio de la anatomía, que reflejan las esculturas de Miguel Ángel se perciben en cada rincón de la eterna Roma o de la bella Florencia. Ciudades como las italianas y españolas necesitan poco para invitar a los turistas a conocerlas. Al igual que nuestro país tienen sitios arqueológicos, monumentos y edificios históricos que encantan a quienes las visitamos. Pero al lado de la genialidad, sobreviven las mentes estrechas, como la del checador de boletos que, al abordar el tranvía, en lugar de indicarnos que después de pagar tu boleto debes checarlo en una máquina dentro del tren, te enfrenta con prepotencia y te levanta una multa por no hacer lo que sólo quienes viven ahí saben que debe hacerse. Siempre el buen trato será la mejor manera de alentar el turismo. 

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