Marejada�

2020-03-13 06:00:00

Vi pasar ante mis ojos millares de flores moradas. Algunas alzaban sus hojas verdes; otras, muchas valientes, mostraban sus espinas, escritas en mantas y cartulinas. “Una mujer debe ser lo que le dé la gana de ser; marcho con mi hija para no tener que marchar por ella”. 

Vi avanzar, como alta marea, a miles de olas hechas mujeres. A pie y en carriolas; a hombros y en muletas; en sillas de ruedas, saltando o gritando; en pulcro silencio o hechas en llanto. “Nos queremos vivas, nos queremos libres”. 

Las vi encapuchadas y con el rostro abierto; envueltas en ropas moradas y verdes; vestidas de negro, de luto absoluto, o de blanco pulcro; también maquilladas, con grandes sonrisas, con ojos de agua y manos vacías. “Marcho por mi hija desaparecida”. 

Las vi sostenerse de otras mujeres, tomarse la mano, hacer compañía. Contener el dolor, abrazar la furia, gritar el enojo y cerrar los ojos; llenas de confianza, sin temor alguno. “Si tocan alguna, respondemos todas”. 

Las vi pequeñitas, cargadas en brazos, y ancianas de pasos lentos; las vi adolescentes, comiéndose el mundo; y jóvenes muchas alzando sus voces que han encontrado en este camino que ha sido largo. “No es piropo, es acoso”. 

Las vi detenerse y rayar paredes, dejar por escrito aquello que duele, como una constancia de que la violencia que las ha alcanzado es indeleble; no como esa marca, no como esas letras, como esos edificios y como esas puertas, que basta limpiarlas y están ya brillantes, están como nuevas. “Arriba el feminismo que va a vencer; abajo el patriarcado que va caer”. 

Las vi terminar con rudos silencios, buscar las palabras, los tonos, el modo; tragar la saliva, la garganta en nudo, buscar valentía muy dentro, profundo; contar sus historias de acoso, violencia, de muertes y golpes, de voces sangrientas: “Me dijeron puta mientras me violaban; me negaron atención cuando hacía denuncia; me tocaban adultos cuando yo era niña; mi madre jamás me creyó agredida”. 

Las vi escribir sus historias todas, desde el anonimato o poniendo nombre; hurgar en su memoria aquello que, como tanto duele, ya mejor se esconde; compartir con otras momentos salvajes, palabras hirientes y actos reprobables: “Me violó mi padrastro cuando yo sólo tenía nueve años; un profesor nos obligaba a ver pornografía cuando estudiaba en la secundaria; un ex novio me dejó fuera de la ciudad, sola, en la noche… fueron por mí mis amigas”. 

Las vi silenciarse, callarse palabras, bajar el volumen; ausentarse un día de escuelas, negocios, de hogares y calles. Las vi convencidas de cambiar un poco, notarse en la ausencia, gritar con silencios, mostrar su valía vaciando su espacio, tomarse un respiro de este mundo macho. “Nosotras paramos, un día sin nosotras, un día sin mujeres, hoy nadie se mueve”. 

Las vi regresar a sus vidas normales, a los hijos, los puestos de trabajo arduo; a sus oficinas, a las vialidades, a preparatorias y universidades. Nos faltaron varias, las que no volvieron, a las que mataron ese mismo día que callamos todas. “Somos la voz de las que ya no están”. 

Gritamos, rompimos, callamos, paramos. Marchamos, corrimos, nos volvimos aire, nos hicimos río. Nos faltan hermanas, hijas y madres; nos faltan abuelas, tías, compañeras; indígenas unas y mestizas otras, nos hacen ausencia, nos faltan sus vidas. “Sufrimos un México feminicida”. 

Twitter: @perlavelasco 

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