Reflexiones desde el encierro

2020-04-02 06:00:00

Después de 19 días de encierro involuntario, seguro son muchas cosas las que todos podríamos decir. Entre todos habrá que ir desgranando y documentando las historias de la pandemia en nuestra geografía y vida personal/familiar para dar cuenta, siquiera un poco, de esas emociones, sentimientos y sentires que se nos agolparon de pronto. No es para menos, de un día para otro nuestra vida cotidiana fue alterada, ¿o acaso usted se imaginó estar casi un mes limitado de salir a la calle y en medio de un mar de informaciones, declaraciones y estadísticas confusas y contradictorias de las autoridades gubernamentales y sanitarias?

De pronto, el saber médico desplazó al político, pero igual ni uno ni otro han sido capaces de tener claro, a estas alturas, cosas que se antojan básicas como, por ejemplo, si es importante o no usar cubrebocas. El presidente dice una cosa y otra algunos gobernadores. Entiendo que este virus no se comporta de igual manera en todas partes, pero igual uno no deja de sentir en algunas declaraciones de los gobernantes cierta perversión al hacer uso político de esta situación inédita. Los juegos del poder nunca van a cambiar. Iba a decir, ni en las peores situaciones, pero no estoy seguro de que ésta vaya a ser nuestra peor situación.

¡Quédate en casa!, se nos indica como la mejor “política sanitaria”. En eso sí hay coincidencia: que la gente nos las arreglemos solos. En los días subsiguientes podremos problematizar respecto de esta disposición. Por lo pronto, sólo enuncio las limitaciones de una medida de este tipo en un país como el nuestro en el cual la mayoría de la población económicamente activa se dedica a actividades informales y estas, como sabemos, se realizan en la calle.

En esta condición, una de las preguntas más recurrentes es: ¿cómo fue que llegamos aquí y por qué? Entre tantas afirmaciones que se han hecho con pretensiones científicas, poca o nula importancia se ha dado a la dimensión ambiental, es decir, a las evidencias de lo que está implicando la reducción de la complejidad de los ecosistemas, al exterminio increíble de especies y, en general, de la pérdida de biodiversidad.

Buscamos responsables, pero evitamos la propia. En este caso se ha querido culpar a los murciélagos, al pangolín y a las víboras, encubriendo el hecho de que en realidad somos la especie humana, aquellos quienes de manera excéntrica y exterminadora deciden no sólo entrar en contacto innecesario con otras especies, sino ofertarlos y consumirlos como alimentos. Ya se ha dicho con anticipación, si seguimos destruyendo selvas, bosques y especies; si seguimos construyendo grandes conurbaciones plenas de nocividad, nos exponemos a riesgos desconocidos. Los virus siempre han estado ahí, pero se convierten en problema cuando llegamos nosotros a liberarlos destruyendo sus ambientes. Visto así, la pandemia del coronavirus en realidad no es un hecho extraño.

Se ha afirmado que las medidas adoptadas por los gobernantes en México son acertadas. Parecería que sí, pero, en mi opinión ninguno hace lo que se supone es realmente importante para evitar que este tipo de epidemias continúen apareciendo periódicamente. No veo a ningún gobernante planteando detener cualquier megaproyecto que atente contra la naturaleza; construir más hospitales públicos; recuperar los centros de investigación en virología que existían en México y el espíritu público de los servicios médicos; combatir la mercantilización y normar los servicios privados de salud; mejorar las condiciones de vida de los trabajadores de la salud, etcétera.

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