Vida medida en semanas�

2020-04-30 06:00:00

Es lunes por la mañana. Hace ya siete semanas que no escucho a los niños del kínder de la esquina de mi casa hacer los honores a la bandera ni cantar ni hacer deporte; ni gritar ni jugar como comúnmente lo hacían. De alguna manera, esos pequeños niños eran mi calendario de efemérides. Con ellos sabía cuándo había días festivos, cuándo se acercaba el Día de la Madre o la posada con motivo de la Navidad, pues sus ensayos eran un compás imaginario del pasar de los meses, sin contar todas aquellas veces que, con sus gritos y risas, de alguna forma me ayudaron a soportar y sobreponerme en los momentos más oscuros que tuve tras la muerte de mi hija. 

Después de reflexionar un poco me puse a pensar en todas esas pequeñas actividades diarias que se han dejado de hacer y cómo nos hemos enfrentado a una nueva cotidianidad, nuestra nueva realidad. Esos pequeños detalles que antes, de algún modo, nos hacían llevar el ritmo de cada día de la semana o de la fecha en el calendario, ese que ahora, en una ironía jamás experimentada, me parece que se detuvo para siempre, a la vez de que el tiempo diario pasa rápido entre las notas y la información que devoramos, una tras otra. 

Otro indicio son las cinco semanas que mi trabajadora del hogar no viene a casa Durante estos treinta y tantos días ella se ha comunicado conmigo o yo le marco con la intención de saber cómo está; sus intenciones son regresar pronto a sus labores, en particular con sus otros empleadores, quienes la mandaron a su casa sin paga alguna, por lo que sus ingresos están mermados de manera considerable. Busca en mí un poco de claridad e información acerca de cuándo podría reintegrarse a sus trabajos y, así, volver a percibir el sueldo que hace que ella y el resto de su familia subsistan. 

Este fin de semana cumplo cuatro semanas sin ver a mi mamá de manera presencial. Las videollamadas se han convertido en parte de nuestra rutina. Tengo todavía más sin abrazarla, cerca de seis semanas, pues desde antes de que dejáramos de vernos, cuando iba a su casa a comer con ella o de pasada a visitarla, prefería mantener la famosa distancia social con el fin de preservar su salud y la mía. 

Mi compañero y yo tenemos prácticamente seis semanas con una rutina muy diferente. Salimos sólo para lo estrictamente necesario y es él quien va a hacer las compras de todo lo que se necesita para la casa, pues yo, al ser una persona que está en los grupos de riesgo, lo mejor es no exponerme de forma permanente a ambientes poco controlados. Eso sí, hemos encontrado en la tecnología un gran aliado para hacer, por ejemplo, los pagos de servicios y evitar salir de casa más de lo prudente. 

Pensaba también que la última película que vi en el cine fue hace ya 12 semanas. Fue Jojo Rabbit, pocos días antes de la entrega de los Oscar. Una película preciosa que aborda los peligros del exterior en un pueblo alemán durante la Segunda Guerra Mundial, y cómo una jovencita judía sobrevive encerrada en las paredes de una casa propiedad de una mujer opositora al régimen nazi. 

Desde hace seis semanas mi vida se mide en semanas. Suena redundante, pero no creo que lo sea. Pienso: una semana más sin enfermarme, otra sin comer con mi familia; una más sin tener un ataque de ansiedad, otra sin subir de peso; una sin abrazar a mis amigos, otra sin estragos en mi salud… 

Y pienso en los más desfavorecidos: semanas sin comer, sin empleo, semanas sin poder hacer la tarea de los niños porque no hay medios tecnológicos, semanas sin poder ver a sus familias porque trabajan en el sector salud, semanas sin ajustar para sus medicamentos o sin poder ver a sus ancianos. 

Las semanas también dan introspección. 

Y perspectiva. 

Twitter: @perlavelasco 

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