La revoluci�n innecesaria

2020-05-19 06:00:00

La justicia social es una asignatura que el mundo tiene todavía pendiente después de más de dos siglos desde las primeras revoluciones por la libertad y la igualdad.  

Aunque hay algunas voces como la del científico Steven Pinker que argumentan que todas las estadísticas de bienestar mundial han mejorado de forma constante en las últimas décadas, hay otras que claman que el progreso no va suficientemente rápido y se necesita una revolución. 

Si analizamos los números de México de los últimos 30 años, no son tan malos. La apertura de la economía hizo crecer al país, permitió la creación de nuevas empresas y, por lo tanto, empleos y se incrementó el tamaño de la clase media. El problema es que, aunque la pobreza ha ido bajando, no lo hace muy rápido, la inseguridad se ha mantenido constante, y eso acompañado de un modelo en el que visiblemente las reglas favorecen a unos y otros no, hace que la gente se empiece a frustrar.  

El cambio es necesario. La velocidad del cambio es necesaria. Lo que no es necesario es hacer el cambio con una narrativa de confrontación y destruyendo todo el modelo anterior, incluyendo cosas que sí funcionan. 

Estoy de acuerdo en que el modelo neoliberal tiene cosas que no sirven. No funciona el que se antepongan los intereses particulares al bien común. No funciona que alguien se haga rico por ajustar las reglas a su favor en lugar de por méritos propios. No funciona que no haya un sistema de justicia que proteja a todos por igual. Pero hay otras muchas que sí. El libre mercado funciona, la propiedad privada funciona, el emprendimiento funciona, la innovación tecnológica funciona. 

El presidente López Obrador llegó al poder democráticamente con un nivel de popularidad histórico. Tiene el aparato del Estado a su disposición. Las organizaciones empresariales le tendieron la mano para trabajar juntos por la justicia social. Recibió un país en general en buenos términos con el resto del mundo. Las finanzas públicas estaban relativamente sanas.  

Tenía toda la legitimidad y capacidad de acción para sentarse con todos los actores del país y hacer una transformación incluyente, que construyera sobre lo que sí funciona y reformara lo que no funciona para diseñar un país más justo que fuera un punto de referencia para el mundo. 

¿Qué necesidad tenía de crear una narrativa de confrontación y de destruir todo lo construido hasta ahora? ¿Para qué hacer una revolución si ya había ganado pacíficamente? 

Las revoluciones que se hicieron así, como la francesa o la rusa, trajeron muertes, trajeron anarquía y finalmente trajeron a un dictador autoritario para poner orden al caos por la fuerza. Incluso los modelos más recientes como el cubano o el venezolano tuvieron depuraciones violentas de los llamados “enemigos del pueblo” y finalmente el poder quedó en manos de un líder paternal y un círculo pequeño, sin democracia real. 

Esta revolución innecesaria y ficticia parece tener el único objetivo de crear las condiciones para imponer un régimen autoritario y aislado del mundo, en el que un círculo pequeño de personas disfraza sus propios intereses particulares con la etiqueta de “la voluntad del pueblo”. 

Me da tristeza pensar que ese sea el destino de México. Un país en el que se exprima a los que hacen empresa hasta que tengan que cerrar, en el que se persiga los que han tenido éxito de forma legítima, en el que nadie quiera venir a invertir porque no cumplimos nuestros compromisos, en el que la riqueza nacional vuelva a depender de un recurso natural no renovable en vez de invertir en innovación y tecnología… y en el que finalmente siga habiendo mucha gente en la pobreza, porque no va a haber quien genere riqueza que pueda repartirse.  

Mi esperanza está en los verdaderos patriotas que piensan en México antes que el color de su camiseta y en los líderes nuevos que se están ya abriendo paso para traer conversaciones más constructivas a la mesa. 

Twitter: @ortegarance

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