Se parecen m�s de lo que creen

2020-09-24 06:00:00

Desde que iniciaron sus administraciones, tanto AMLO como Alfaro no han dejado de declarar sus diferencias y de escenificar públicamente sus desencuentros. Ni siquiera la pandemia los ha detenido y, más bien, conforme se acercan los procesos electorales, se profundizan, dejando claro que sus diferencias, como se puede comprobar, no radican en sus definiciones programáticas y objetivos de sus planes de desarrollo sino, más bien, en cómo cada uno se posiciona en las disputas por el poder. En realidad, ambos se ajustan perfectamente a la definición de ser gobernantes progresistas, desarrollistas y neoextractivistas. 

Los gobiernos de la 4T y de la refundación, si es que están haciendo cambios, estos no se encuentran en la relación sociedad-naturaleza dominada por una visión antropocéntrica. Antes de la pandemia del Covid-19, la crisis ambiental y el cambio climático urgían a alterar radicalmente esta relación. Los efectos catastróficos de la pandemia enfatizan esta necesidad. Del antropocentrismo habría que migrar a una relación biocéntrica, pero ello implica desmontar este sistema, justo lo que ninguno de los dos pretende hacer. Y eso, en verdad, tampoco se les puede exigir porque nunca lo prometieron. 

AMLO demuestra su espíritu desarrollista y extractivista al convertirse en el impulsor, contra viento y marea, de megaproyectos como el tren maya que, como cualquier tren, de realizarse, tendrá consecuencias ambientales enormes, porque dañará territorios biodiversos que, gracias a la vigilancia de los pueblos originarios, se han mantenido con relativa lejanía de su mercantilización. Lo mismo sucede con su defensa de plantas termoeléctricas como la de Huexca, en el estado de Morelos, sabiendo de su poder contaminante y de las grandes cantidades de agua que requieren para su funcionamiento. Samir Flores Soberanes, férreo opositor a esa planta termoeléctrica, fue asesinado el 20 de febrero de 2019. Ello no le significó nada a López Obrador. El crimen sigue impune. 

Enrique Alfaro dice que difiere, que no está de acuerdo con las políticas de AMLO, pero en Jalisco hace lo propio, de manera destacada en buena parte de la cuenca del río Santiago; en la metrópoli de Guadalajara, permitiendo su gentrificación y la devastación de los bosques, así como en otras zonas del estado promoviendo los monocultivos. En el campo de Jalisco ahora las únicas plantas que se pretende que crezcan son las termoeléctricas, las hidroeléctricas, geotérmicas, las eólicas, las de aguas residuales. Las de cualquier tipo de residuos que genera la aglomeración urbana y que es incapaz de eliminar. 

Estas similitudes no logran borrarlas las rebeliones federalistas que, a lo mucho, logran que intelectuales por muchos años ligados al poder, como su tocayo el historiador Enrique Krauze, perdiendo toda proporción, lo haya comparado con Mariano Otero, ilustre jalisciense liberal del siglo 19. Desde luego, no tardó en descubrirse que la comparación no era gratuita ni legítima. 

Las diferencias desde luego existen. Pero, por lo visto, y no obstante compartir una historia común de militancia en el PRI, sus desacuerdos, enfatizo, están más bien ligados a los procesos coyunturales de disputa del poder. Sin embargo, como vemos, son perfectamente coincidentes en el impulso a megaproyectos de tipo desarrollistas que no se alejan en nada de los mismos que hicieron los gobiernos anteriores y que llevaron al país a la situación de crisis ambiental y cambio climático en que se encuentra. El desarrollismo sigue, la destrucción también. 

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