La miseria pand�mica

2021-01-26 06:00:00

El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene Covid-19. Es uno más de los casi 2 millones de mexicanos que han padecido coronavirus, según la estimación oficial. 

La impronta social se manifestó exponiendo su propia miseria. Millones se alegraron y hasta desearon su muerte, otros tantos se burlaron, con sarcasmo y rencor. Mucha gente, seguidores y no, desearon su pronta recuperación y también hubo a quien ese hecho no le invirtió un gramo de interés. 

En redes sociales ha estado en tendencia el #AmloCovidiota o el escéptico #NoTeCreo refiriéndose a que el anuncio de que el virus estaba en el organismo del tabasqueño era una cortina de humo. 

¿Tal virulenta manifestación se encuentra justificada? Cabe recordar la, por decir lo menos, torpe conducción presidencial de la epidemia. Su consistente desprecio al uso de cubrebocas, sus expresiones aviesas como el “detente”, “la epidemia nos cayó como anillo al dedo” o la que repitió unas horas antes de que pescara el bicho: “Ya se ve la lucecita al final del túnel”. Estos y más enunciados de él o del subsecretario López-Gatell (recordar aquello de la “fuerza moral más que de contagio”) son reprochables. 

Sin embargo, nada de ello justifica la falta de sensibilidad humana. Al final, por más detestado que sea ese liderazgo, cuando promovemos los discursos de odio nos colocamos a la altura de lo que despreciamos. 

Víctor Hugo lo narró así en su gran novela decimonónica: “Cuando se llega a cierto grado de miseria, lo invade a uno algo así como una indiferencia espectral y se ve a las criaturas como si fueran larvas”. 

Se refería, cierto es, a la pobreza de los Thenardier que los llevó a vender –por 10 francos al mes– a dos de sus hijos a los Magnon. Esa situación extrema de insuficiencia económica hizo que aflorará un sentimiento tan ruin como vergonzoso. 

Sin embargo, el ejemplo se puede extrapolar a nuestras redes sociales o chats. 

Mucho se ha discutido recientemente alrededor de los discursos de odio. La situación tan apremiante que las violencias (de género, sexuales, económicas, racistas, políticas y un largo… etcétera) han puesto a nuestro lenguaje bajo un examen riguroso. 

Hoy las expresiones, bromas, memes o gritos homofóbicos en los estadios ya son sancionados (moral o legalmente). Podemos dejar que nuestras fobias nos controlen y seguir expandiendo verbalmente algún tipo de violencia, pero tarde o temprano, la penalidad llegará. 

Un ejemplo es Twitter. Recordar que 2021 inició con un discurso de Donald Trump que terminó hundiendo su Presidencia. Aunque algunos no encontramos una orden directa a sus huestes de quemar el Capitolio, pero muchos coinciden que repitió una falla consistente en su forma de vivir: incitar a la discordia. Twitter todavía lo tiene vetado. 

En México, ante los hashtags contra AMLO, comenzó a bloquear cuentas. En @TwitterSeguro escribió: “Nuestra política contra el comportamiento abusivo señala, entre otras cosas, que no toleramos contenido que promueva, incite o exprese el deseo o esperanza de que una persona o grupo de personas se mueran, sufran daños físicos graves o se vean afectados por enfermedades severas”. 

Es doloroso que una instancia corporativa internacional venga a regular nuestras expresiones. El espacio para colocar la frontera entre la libertad de expresión y el discurso de odio debe ser un pulso vivo que nos permita elevar el nivel de las argumentaciones. 

La miseria en tiempos de pandemia no es exclusiva del discurso público. Hoy vivimos tiempos de escasez y precios desorbitantes de oxígeno, medicamentos, pruebas, camas o ventiladores. 

Hoy Los miserables es un documental costumbrista contemporáneo. 

Twitter: @cabanillas75

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