Los intelectuales frente al poder

2021-04-29 06:00:00

El intelectual cuestiona el poder, objeta el discurso dominante, provoca la discordia, introduce un punto de vista crítico 

Enzo Traverso 

 

En época de crisis surgen sentimientos xenofóbicos, exaltaciones nacionalistas y búsqueda de culpables (“no quién lo hizo, sino quién me lo va a pagar”) y eso ocurrió en Francia a fines del siglo 19 principios del 20. Los franceses de esa época veían a los judíos como responsables de los aprietos económicos de ese país. El 22 de diciembre de 1894 un tribunal militar encontró culpable de espionaje al capitán Alfred Dreyfus y fue condenado a cadena perpetua en la infame Isla del Diablo de la Guayana Francesa. Sin embargo, 11 años después fue declarado inocente. 

Lo que se conoció como affaire Dreyfus causó polémica y polarización en la sociedad francesa. Durante ese tiempo se desarrolló un movimiento político intenso: por un lado, estaban los nacionalistas (derecha) y por el otro los defensores de Dreyfus (izquierda). Este último grupo, integrado por un buen número de pensadores, lo encabezaba el escritor Émile Zola, convenidos de la inocencia del capitán y que publicaban desplegados como “abajo firmantes”. Clemenceau, jefe de redacción del diario L’Aurore, se refirió a ellos como “esos intelectuales que se agrupan en torno de una idea y se mantienen inquebrantables”. 

El concepto “intelectual” es polisémico y difícil de precisar. El diccionario SM lo define como: “Referido a una persona, que se dedica profesionalmente al estudio o a actividades que requieren un empleo prioritario de la inteligencia”. Entonces, los intelectuales en nuestra sociedad representan un grupo de personas que se caracterizan por sus opiniones y evaluaciones generalmente críticas de las condiciones sociales, económicas, políticas y culturales. Algunos gobernantes los ven como un estamento peligroso para su política, por lo que muchas veces son cooptados o, en ocasiones, defenestrados. La relación poder-intelectual puede ser ambigua pero superable. 

Algo similar ocurre en la actualidad con el titular del Ejecutivo, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y los intelectuales que lo cuestionan. AMLO los califica como “intelectuales orgánicos”, escritores, comentaristas y académicos que no coinciden ni con la llamada “cuarta transformación” ni mucho menos con los métodos, estrategias o políticas esgrimidas para implementar un nuevo régimen político. Los “intelectuales orgánicos” son los representantes del “antiguo régimen” del período neoliberal. Con esos argumentos intenta desacreditarlos, desoír sus evaluaciones y estigmatizarlos. 

Presume de un puñado de intelectuales (esos sí, orgánicos) cercanos a su proyecto temerario y caprichoso, aunque la mayoría de ellos ya muertos (Carlos Monsiváis y Hugo Gutiérrez Vega). Entre los nuevos “intelectuales” están Damián Alcázar, los hermanos Bichir, los moneros El Fisgón, Hernández y Helguera, y un productor insufrible, Epigmenio Ibarra (“Está flaca la caballada, señor presidente”, titularía su artículo De Mauleón). Pero en realidad, el presidente no necesita eruditos: él es el único intelectual por antonomasia; sólo admite como tales a quienes lo alaben y aplaudan. 

AMLO no escucha ni a especialistas ni a intelectuales, solo está atento al canto de las sirenas; es incapaz de reconocer un solo error de su gobierno; nunca lo va a hacer ni corregirá el rumbo. Si escuchara más a los intelectuales tal vez cometería menos dislates. El enemigo de la inteligencia es el autoritarismo; la esencia del intelectual es la crítica, no la sumisión al poder. 

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