Nada pasa

2021-09-23 06:00:00

Hace unos nueve años se metieron a nuestra casa a robar mientras no estábamos. Llegamos por la noche y vimos la escena: cajones revueltos, manos marcadas en apagadores y paredes, ropa llena de gotitas rojas. Para entrar rompieron una ventana. Un delincuente se cortó y la casa estaba llena de sangre. 

Llamamos a la policía. Los municipales llegaron pronto. Nos sugirieron que no limpiáramos nada. La hija de mi pareja, entonces de unos 7 años, comenzó a llorar. A primera hora deben ir a denunciar, dijeron. Así, dormimos entre la sangre de un desconocido, sin tocar nada más que nuestras camas. 

Se hizo la denuncia y ese mismo día llegó personal de la procuraduría. Tomaron muestras, datos, una nueva declaración para corroborar la hecha en la oficina… Y tomaron fotos... de nuestros gatos, porque al fotógrafo forense le pareció tan bonito uno de ellos que, con la cámara de su trabajo, le hizo varias tomas. No miento. Así fue de ridículo. 

Tenemos sangre y huellas, nos dijeron. Algo se encontrará, pensamos. Pasaron meses y un día nos llamaron para decirnos que, al no haber resultados de las investigaciones, la carpeta se archivaría. Yo dormí por una larga temporada con unas tijeras debajo de la almohada. 

Hace tres meses, de afuera de casa, un domingo, le robaron a nuestro auto los cuatro tapones de las polveras. Nos dimos cuenta la madrugada del lunes. 

El lunes por la mañana pensamos en qué hacer. Nuestra primera idea, como cuando entraron a casa, fue denunciar. Pero luego pensamos en la pérdida de tiempo que ello significaría por el robo de unas tapas, cuya carpeta seguramente quedaría arrejolada en alguna oficina. Decidimos no hacerlo y asumir las consecuencias: andar sin tapas por la vida. 

Hace varios días mi pareja fue víctima de intento de extorsión vía telefónica. Lo llamaron con un choro y, cuando no cayó, le aseguraron que hablaban integrantes de un cártel y que lo levantarían (sic) si no cooperaba, entre gritos, groserías e intimidación. Colgó. Poco después llegó un mensaje amenazante. 

La llamada fue de un teléfono de Zacatecas que, al buscarlo en Internet, se encuentra en una página del propio gobierno estatal identificado como “agresión y extorsión”. Pese a ello, inexplicablemente el número sigue en funcionamiento y en varias páginas se le reporta como activo. Ni siquiera pensamos en denunciar. ¿Para qué? 

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (Envipe) 2021, en Jalisco 88.6 por ciento de los delitos no se denuncia. 

Y si bien alarma que se denuncie sólo 11.3 por ciento, puedo entenderlo cuando leo que, de los que no se denuncian, 58.1 por ciento es por una causa atribuible a las autoridades: el temor a ser extorsionados por los funcionarios, el tiempo que se pierde, trámites difíciles y largos, además de desconfianza y actitudes hostiles. 

Otro 41.1 por ciento no se denuncia por otras causas, como que la víctima le teme al agresor, porque el ilícito era de poca importancia y por falta de pruebas. 

De los delitos cometidos a nivel nacional y que sí fueron denunciados, en siete de cada 10 se inició una carpeta de investigación. Pero lo que ocurre después no es nada optimista, pues de acuerdo con los resultados de dichas carpetas, en 48.4 por ciento no pasó nada; 27 por ciento está en trámite; 5.9 recuperó sus bienes, en 4.6 se puso al delincuente a disposición de un juez, en 3.8 hubo reparación del daño y en 2.8 se otorgó el perdón. 

Y creo que muchos nos hemos enfrentado al dilema de denunciar, si parece que todo está hecho para que nada ocurra, desde el camino tortuoso de la burocracia hasta la impunidad de cuando una víctima sí decide actuar legalmente. 

El desaliento. 

Twitter: @perlavelasco

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