El vac�o que nos�devora por�dentro

2021-10-03 06:00:00

La desaparición de personas es un término macabro que se ha instaurado ya en el habla cotidiana. ¿Cómo puede desaparecer una persona? La materia no se crea ni se destruye. Los humanos somos seres de carne y espíritu, materia viva y sentiente que en algún momento muere. La muerte se asimila y el proceso suele iniciar con un funeral, pero en la desaparición no hay esa posibilidad. Los ritos funerarios no son para el cuerpo de la persona que ha muerto, sino para las personas en cuya memoria ya solamente vivirá el recuerdo de esa vida. 

Quizás desde la antigüedad enterrar a las personas sin vida se convirtió en un ritual importante para los seres humanos para evitar la podredumbre de la carne en descomposición, pero también en un sentido significante para despedirse de la presencia de alguien que tuvo un impacto en las vidas de otras personas, para mantener su memoria a través de un símbolo concreto como una tumba. 

Lo terrible de las personas desaparecidas es que alguien se las ha llevado súbitamente sin que haya certeza de su muerte o de su cautiverio, sin que haya habido oportunidad de despedirse de ellas ni de explicar su ausencia. Como un atroz acto de magia para el exterminio. Y en el contexto mexicano, a diferencia de otras regiones del mundo donde los actos de desaparición solían ser cometidos por el Estado, sobre todo en dictaduras militares, aquí por el contrario prevalece la indolencia del Estado para evitar que la delincuencia organizada cometa ese tipo de atrocidades. 

Tanto se ha normalizado ese tipo de actos que el gobierno en todos los niveles se ha resignado y ha creado fiscalías especiales en desapariciones e instancias de búsqueda, aunque su presupuesto y sus resultados son escasos. 

Jalisco es el estado con la situación más alarmante en cuanto a personas desaparecidas por mucho, según las cifras oficiales que, por otra parte, no toman en cuenta decenas de miles de casos que no se conocen o no se denuncian por distintos motivos. 

Recientemente rebasamos las 14 mil personas desaparecidas en el estado según los números públicos, lo que se puede dimensionar pensando en que un día de repente toda la población del barrio tapatío de Santa Tere se hubiera esfumado. Así, sin más. Tienditas, restaurantes y caserones sin gente. O toda la gente de un municipio como Mazamitla o como Mascota. Sus caseríos y sus ranchos. Algo así como si la Comala de Juan Rulfo un día apareciera en lugar de esos pueblos, con su vacío devastador, con cuadras y cuadras de casas abandonadas, personas que no están, que se han convertido en murmullos dolientes entre las tejas desvencijadas. O incluso un sector entero de la ciudad como Oblatos y sus alrededores, o a lo mejor la mitad de Ocotlán o todo Chapala, si atendemos las estimaciones de casos no investigados. 

De ese tamaño es el dolor que desgarra a decenas de miles de familias, sólo que desperdigadas en todo el territorio jalisciense, con algunas zonas más devastadas, como los Altos o la región limítrofe con Michoacán, donde sí hay ya pueblos fantasma. 

Es por ello que el discurso oficialista de solamente hablar de ese vacío de manera reactiva y para minimizar la situación no ayuda en absoluto a sanar la herida de un Jalisco horadado en sus entrañas. Tendría que ser, muy por el contrario, una comunicación abierta de todas las instancias de gobierno, de seguridad y de justicia para colaborar activa y proactivamente con la sociedad en la solución de un problema que amenaza con devorarnos como un hoyo negro. Una base de datos de personas desaparecidas que no es pública ni explica lo que está pasando, no sirve absolutamente de nada. 

Twitter: @levario_j

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