Ser sacerdote en�tierras del�narco

2021-10-12 06:00:00

En la glosa del tercer informe del presidente López Obrador, la secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana expresó, al comparecer ante el Senado, que “no venimos a ganar una guerra, venimos a ganar la paz”. 

Por los caminos desolados por los que se asciende a la Sierra Madre Occidental y se conectan los límites de Nayarit, Jalisco, Zacatecas y Durango se encuentra la Prelatura del Nayar. La población está compuesta mayoritariamente por pueblos originarios de cinco culturas: wixárica, tepehuan, cora, náyeri y mestiza. 

Esa zona ha sido controlada tradicionalmente por la gente del Mayo Zambada, en donde el Cártel de Sinaloa intenta detener la entrada del Cártel Jalisco Nueva Generación, quienes con el grito “¡Puro señor Mencho!” causan pánico en las comunidades. 

La respuesta del gobierno federal ha sido solo decir que “el país está tranquilo” y, por toda estrategia, enviar a más elementos del Ejército y la Guardia Nacional que no cambian nada, pues siguen los enfrentamientos, las ejecuciones, los descuartizamientos y las decapitaciones. El horror cotidiano del narco se sigue desplegando de forma constante en el Nayar. 

En este contexto se desarrolla el trabajo social y pastoral de los sacerdotes de la prelatura perteneciente a la Provincia Eclesiástica de Guadalajara, donde los sacerdotes tienen que trabajar “como ovejas en medio de lobos”. 

El padre Marcos Hernández Barrios tiene más de 15 años trabajando en esa zona, donde el narcotráfico es el problema más crítico por la siembra y producción de los enervantes, y donde la lucha de los cárteles es constante. 

Señala el padre que para evangelizar en esta zona que se debe conocer bien el territorio, las parroquias y las diferentes culturas, y tener estrategias personales ante la presencia de los grupos armados; “en lo personal, he estado en tres ocasiones a punto de morir”. 

Los únicos que siguen fieles con la gente son los religiosos, sacerdotes y laicos comprometidos. Mucha gente honesta y pobre se ha quedado en la zona a esperar, confiando en Dios y en sus sacerdotes y religiosas que motivan la paz. 

En el último año y medio se ha recrudecido el conflicto bélico entre los linderos de los cuatro estados, con saldos de cientos de personas muertas, con muchos pequeños pueblos desalojados a la fuerza por los grupos de delincuentes. 

Desde la óptica del gobierno civil, las personas están “abandonadas a su suerte”, y desde la visión de la fe, la gente se siente acompañada en época de persecución en la que confían y creen más en Dios. 

Los sacerdotes de la prelatura son hombres de fuerte convicción cristiana, que no trabajan por el estipendio de 5 mil pesos mensuales, sino que trabajan por la justicia y la paz, que escuchan al pobre y al necesitado; viven con el indígena, y aprenden su lengua, costumbres y tradiciones, y las hacen su filosofía y su teología. 

Aprenden a “dar su vida por las ovejas, y cuidarlas del lobo rapaz”. Lobos que se hacen presentes de múltiples formas: sectarismo religioso, delincuencia organizada, paternalismo político y religioso, etc. 

El sacerdote prelaticio está bien preparado psicológicamente para no huir como un asalariado y dejar a las ovejas a merced del lobo. En resumen, se necesita excelencia vocacional y humana para hacer un trabajo pastoral que trascienda en la vida de las personas y de las comunidades. 

Narra el padre Marcos que tanto el gobierno federal como los estatales y municipales han dejado a la gente a su suerte. Han tenido que huir los profesionistas de la salud y la educación, por lo que se acentúa la gravedad de la situación. Aunque hace falta mucho para que llegue la paz a esa zona del Nayar, la gente trabaja con la esperanza de tiempos mejores. 

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