Desde el poder se han empleado discursos para descalificar, ridiculizar, criticar y hasta exhibir los errores de la prensa. Y esto no es nuevo ni surgió en las mañaneras del presidente Andrés Manuel López Obrador ni en las ruedas de prensa del gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, o en los encuentros con reporteros del gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García.
Estos ataques a la prensa son cada vez más comunes y ya no sólo ocurren desde el poder, sino desde la ciudadanía.
Durante un evento de campaña del entonces candidato a la alcaldía por Guadalajara Carlos Lomelí Bolaños, en el Paseo Chapultepec, ocurrió algo que llamó mi atención, varios colegas periodistas y fotoperiodistas, camarógrafos y reporteros esperaban al aspirante en el camellón de la avenida Chapultepec y la calle Vidrio.
El grupo de colegas se hacía notar tanto que varios automovilistas al pasar gritaban chayoteros, como un insulto.
Y también durante el viaje que el presidente Andrés Manuel López Obrador realizó a la ciudad de Washington para encontrarse con los presidentes de Estados Unidos y Canadá, Joe Biden y Justin Trudeau, respectivamente, el reportero Irving Pineda fue agredido durante un enlace en vivo para ADN 40, los mexicanos que esperaban ver a López Obrador le gritaron: “Más youtuberos, menos chayoteros”.
Lo cual también era un insulto. Y me preocupa que se normalice atacar a la prensa porque olvidamos la función que tiene y que es clave en una democracia.
Además de lo peligroso que es ejercer el periodismo crítico en México tan sólo en lo que va del año se han asesinado a cinco periodistas.
El 11 de febrero, el presidente de México exhibió el supuesto sueldo de Carlos Loret de Mola; este dato le fue dado a conocer, según dijo, por el pueblo que es su informante.
De acuerdo con lo presentado por el mandatario, Loret de Mola gana 35 millones de pesos anuales, y esos recursos, según dijo el presidente, son recibidos por el periodista por “golpear” a él y a su gobierno.
Y bajo esta premisa pues no cabe la crítica. Cualquier crítica es un golpe.
Ahora una generación de políticos ve a la crítica sobre el trabajo público o sobre las políticas públicas como agresiones personales.
Los políticos y funcionarios olvidan que rendir cuentas es una de sus obligaciones, y que implica explicar y justificar sus decisiones.
Y no lo digo yo, Andreas Schedler ha explicado y teorizado sobre este concepto y quiero citarlo:
“La rendición de cuentas abarca de manera genérica tres maneras diferentes para prevenir y corregir abusos de poder: obliga al poder a abrirse a la inspección pública; lo fuerza a explicar y justificar sus actos, y lo supedita a la amenaza de sanciones”.
Es decir que es una obligación rendir cuentas y la ciudadanía tiene el poder de exigir la rendición, pero esta exigencia la ha tomado la prensa.
Y no quiero romantizar a la prensa ni a los medios de comunicación, que, claro, como empresas tienen intereses.
El punto a señalar es que, como sociedad, no deberíamos permitir que la crítica sea vista como un golpe o un ataque.
En el mundo artístico existe una gran tradición de crítica; los directores de cine, los directores de teatro, los directores de danza, los pintores y demás artistas saben lo relevante que son los críticos ya que invitan a la reflexión, al debate sobre la obra como un ente aparte y sujeto a múltiples interpretaciones.
A los políticos y funcionarios les hace falta ser receptivos a la crítica, escucharla para mejorar en beneficio de todos.
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