Un punto azul�

2022-03-03 06:00:00

Hay momentos en los que la desesperanza parece juntarse toda, completita, en un mismo momento de la existencia. Como si todo lo que pasa afuera de aquello que nos es inmediato nos diera una bofetada de realidad y pusiera en perspectiva que ese esfuerzo de al menos no ser una mala persona, de no desperdiciar agua, de ser solidarios con los otros en lo posible no sirvieran de nada porque el mundo, también completito, se está yendo al carajo. 

Hace más de 30 años, la sonda Voyager 1 tomó una icónica foto de la Tierra. Un pequeño punto azul apenas visible gestó una de las frases más hermosas que he leído, del astrónomo y divulgador Carl Sagan. 

“En él, todos los que amas, todos los que conoces, todos los que has oído hablar, cada ser humano que haya existido, vivió su vida allí”. 

¿Cómo las personas, la humanidad podemos sentirnos tan especiales, trascendentes e importantes siendo apenas una minúscula, microscópica parte del Universo? Nadie de quien no hayamos escuchado, nadie a quien no hayamos amado con todas nuestras fuerzas, nadie a quien aborrezcamos en tiempos difíciles, nadie ha vivido fuera de esta pelota achatada que llamamos hogar. Y parece que la estamos tirando a pedazos. 

Y creo que no soy la única que se siente así. He platicado con algunas personas y he leído a otras desde sus redes con una sensación parecida, como un vacío que pronostica una pérdida inminente. 

Apenas vamos medio conociendo cómo vivir con un virus que nos ha asolado por más de dos años y casi a la par nos enfrentamos a una crisis económica que ya tiene repercusiones en nuestras vidas. 

Una ocupación militar que ocurre del otro lado del mundo, con amenazas de los poderosos que dirigen las naciones poderosas, con sus poderosos ejércitos y sus poderosas armas, mientras los no poderosos, las personas, pierden sus vidas por causas que a veces ni siquiera son las suyas. 

Aquí, más de cerquita, familias buscan a sus desaparecidos rasgando la tierra con sus uñas. Tras verlas trabajar sin desfallecer, con los instrumentos que han adaptado o apenas conseguido, nos dejan el mensaje de que no hay piso en este país que no sea un cementerio clandestino. Esas madres, esos hijos, esas hermanas aseguran que no van a descansar hasta encontrarlos. Y nos muestran a cada paso que dan que así será. 

Un poco más allá, asesinan lo mismo a una presentadora de noticias que a un director de cine; matan a más de 10 personas y sus cuerpos desaparecen, sin que nadie de quienes son responsables de darnos seguridad y certeza diga nada; familias enteras dejan sus hogares, desplazadas por la inseguridad, y sus historias son minimizadas desde la oficialidad. Todos los días, a cientos de personas comunes nos son arrebatados nuestros bienes, nuestra tranquilidad, nuestras vidas sin que haya confianza ni esperanza en que tendremos justicia por esos crímenes. 

Y entonces, en medio de este agobio y esta sensación de pérdida permanente, nos asimos a pequeñas felicidades que nos alivianan los pesares. 

La sonrisa de nuestros hijos, los abrazos con gusto de nuestras amigas, los paseos vespertinos con nuestros perros, la canción que más nos gusta escuchada a todo volumen, las comidas con nuestras familias, unas palomitas y una película con nuestra pareja, las charlas con las colegas, los ronroneos de nuestros gatos, los viajes que tenemos pendientes, las sonrisas sinceras por debajo del cubrebocas, los vínculos y las redes que nos sostienen en tiempo de flaqueza… 

Moriremos y, al final, seremos olvidados. Olvidarán nuestro nombre y nuestro rostro, nuestras obras y palabras. Seremos el polvo dentro de ese punto azul del que habla Sagan. Nos llorarán quienes nos quieren. Y nadie más. Porque nuestro paso por el mundo es apenas un suspiro. 

Efímero. 

Twitter: @perlavelasco

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