Costos�

2022-03-24 06:00:00

Cambiar cerraduras, levantar bardas o poner malla ciclónica, instalar cámaras y alarmas, hasta comprar un perro… todo eso que hacemos para de alguna forma garantizar nuestra seguridad representa un gasto de 2 mil 600 pesos en promedio por cada persona que vive en este país, de acuerdo con datos de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (Envipe) 2021 del Inegi. 

Este dinero, lo que gastamos en prevención y en remediar los daños que causan la violencia y la inseguridad, se pueden medir, y es un indicador de cuánto de nuestros ingresos destinamos a intentar de algún modo recuperar nuestras vidas o no perderlas tras, por ejemplo, una agresión, un robo o un asalto… 

Los mexicanos, dice la Envipe, gastamos 185 mil 200 millones de pesos en todo 2020 en sanar luego de ser víctimas de algún ilícito, y este dinero no sólo incluye recuperar los artículos materiales, sino también contempla los gastos en salud de las víctimas, a la que se dedica 2.4 por ciento de estos gastos, algo así como 4 mil 444 millones de pesos. 

Y sí, el dinero nos ayuda a dimensionar cuánto nos afecta la inseguridad, pero creo que muchas veces perdemos de vista el gasto emocional, mental y hasta físico que representa intentar prevenir (porque sí, sólo es un intento) ser víctimas de algún delito o de haberlo sido, porque incluso en la Envipe no hay mucha luz sobre esos recursos que se gastan en la salud. 

Platico con amigas, por ejemplo, y sobre todo cuando deben salir solas, no es raro que piensen en todas las variantes a las que deben enfrentarse. A mí misma me ha pasado. Algunas de las preguntas que se plantean son tan simples como qué zapatos sería mejor traer si necesito correr, cuál bolsa o mochila es más complicada para que saquen mi cartera o mi celular, quiénes pueden ser mis contactos de emergencia para compartirles mi ubicación, con qué ropa sería más difícil que me toquetearan mientras camino o voy en el transporte público… 

Platico con amigos y ellos hablan de revisar todo el tiempo dónde traen sus carteras (o incluso hasta usar unas carteras falsas con un poco de dinero como engaño), de checar continuamente que nadie los siga, sea a pie o en sus autos; de dar un par de vueltas a la cuadra antes de llegar a casa porque en la esquina hay personas que no ubican de por allí. 

Y vivir así todos los días es desgastante, emocional y físicamente. Invertimos energía, tiempo y esfuerzo, muchos, en pensar en todos los escenarios en los que podemos ser víctimas de la delincuencia, y en nuestras cabezas repasamos formas en cómo podríamos reaccionar o qué podríamos hacer para salvarnos. 

Tal vez es porque no conozco otra forma de vivir, porque me tocó nacer y crecer y existir en este país y en este momento tan complicado para nuestra seguridad, pero sí pienso en todo aquello que podría disfrutar más, que podría hacer con más tranquilidad, que ni tendría que pensar tanto si ese estado de preocupación continua no estuviera presente, como lo está, en nuestras vidas. 

Porque además no solo pensamos en nosotros mismos, sino en aquellos a quienes queremos y nos interesan. Gastamos tiempo siguiendo la ruta de nuestra amiga que se va en camión, estamos a la expectativa hasta que nuestro hijo o hija avisa que ya llegó a casa, estamos en un estado de permanente alerta del teléfono cuando sabemos que nuestros padres están viajando por carretera, tenemos el permanente instinto de fijarnos en qué trae puesto hoy nuestra pareja por si fuese necesario después decir qué ropa usaba el día que le vimos por última vez… 

El dinero es, sin duda, una forma muy concreta de medir las consecuencias de las agresiones, de la violencia, de la inseguridad, pero tarde o temprano también deberán medirse, de alguna manera que entendamos, todo el cansancio emocional, previo o posterior, que también trae consigo vivir en este país, en este momento. 

Y creo que cuando eso pase nos daremos cuenta de cuán devastados estamos y que aún no dimensionamos. 

Devorados. 

Twitter: @perlavelasco

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