Tiempo

2022-05-05 06:00:00

Hay tantas canciones que hablan de la añoranza, de los tiempos menos malos –o mejores, como se quiera ver–, que podríamos seguramente escribir nuestra biografía musical con ellas. Y es que siempre hay una frase o un verso entero que nos llevan a aquellos momentos que nos causan tanta nostalgia. 

Traigo esto a cuento porque hace dos semanas, después de más de dos años de ausencia, volví al cine. Yo sé que para muchos podría parecer tan superficial como ridículo, pero es que, en verdad, ir al cine siempre había sido una parte importante de mi vida. Seguro tiene que ver con las tardes en las que mi mamá me llevaba a ver películas adolescentes o por todos esos filmes infantiles que compartí con mis amiguillas de la cuadra cuando estábamos de vacaciones o los días de permanencia voluntaria, hace como 25 o 30 años, cuando podías quedarte horas en el cine, con intermedio incluido, sin que eso fuera un problema. 

Una pandemia se atravesó en nuestras existencias y perdimos mucho en el camino. Perdimos trabajos, amistades, familiares; se nos marchitaron relaciones humanas, personales, profesionales. Nos volcamos a buscar trabajos extra para completar los gastos, a cuidar a los nuestros; nos volvimos quisquillosos con los afectos, debimos mesurar el contacto físico aun con las personas a quienes queremos. Y muchos nos aferramos a que, algún día, esta vida volvería un poco, al menos, a la normalidad. 

Yo sabía que ese día llegaría cuando pudiera volver a una sala de cine. Incluso lo compartí con mis gentiles lectores al menos un par de ocasiones: la hermosa expectativa y la fabulosa experiencia de regresar a ver una película en una pantalla gigante, con decenas de extraños, me regresaría parte de la vida que se me escapaba entre los dedos. 

Desde hace ya varios años hay una pieza que, siento, se convirtió en mi música de fondo: la Canción de las simples cosas, la versión interpretada por Mercedes Sosa. Y mientras estaba formada para entrar a ver la película, no dejaba de pensarla. “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas, por eso, muchacha, no partas ahora soñando el regreso, que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo”. 

Claro, no creo que Armando Tejada y César Isella se inspiraran en el cine al escribir esta obra, pero es inevitable que piense en que, precisamente, fueron las cosas simples que antes, hace más de dos años, teníamos al alcance de nuestras manos las que se fueron llenando de ausencias y dolores, de extrañamientos y silencios, de preguntas sin responder y despedidas solitarias. 

La simpleza de una comida familiar, después de más de 24 meses, les trajo a muchos sillas vacías que engulló la muerte; la simpleza de una tarde con amigos dejó un balance de relaciones distantes que no sobrevivieron de mensajes esporádicos, con cada cual luchando sus propias batallas; la simpleza de una vida en pareja, aprendida al compás de los años juntos, se vio trastocada por este momento atípico de la historia, y arrasó con la forma en como establecemos esas relaciones… 

Volví a ese viejo sitio donde amé la vida. Y regresé completa, aunque, eso sí, algo aporreada. Pero tras estos dos años y meses, sigo acompañada de mi familia entera, camino con amistades que han mantenido mi corazón contento, continué con mi trabajo y puedo darme el gusto de dedicarme a aquello que amo. Además, aunque el bicho llegó a mí, mi cuerpo cuarentón logró sobreponerse. 

Así que regresar al cine no se trata exactamente de haber regresado al cine en sí mismo, sino del retorno a aquello que antes fui y que estuvo en suspenso e incertidumbre todo este tiempo. 

Siento que, de alguna manera, algo dentro de mí sabe que sobreviví y que, al final, a las cosas simples las devora el tiempo. 

Estén exhibidas en una pantalla. 

O no. 

Twitter: @perlavelasco

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