Piso 9

2022-05-12 06:00:00

Mis emociones, estos días, han sido una montaña rusa. He pasado de la incertidumbre a la tranquilidad, pero luego a la ansiedad y después a la indefensión. Ver a la gente que amamos en situaciones vulnerables, en las que su vida incluso está en juego, nos hace tomar perspectivas que no habíamos considerado antes. 

Desde el piso 9 de la torre de especialidades del Hospital Civil nuevo todo se ve diferente. Desde la ventana se contempla todo el sur de la ciudad. En mis actividades diarias no es una zona de la que tenga particular conocimiento, porque generalmente es en el norte y el poniente en donde suelo andar. 

Comienzo a identificar sitios para matar algo de tiempo, con la noche ya profunda encima de nuestras cabezas, pero mi radar no es muy bueno y me ayudo con mi celular para lograrlo. 

Lo que sí veo de inmediato son las torres de Catedral a mi lado derecho. Algo lejos, a la izquierda, lleno de luces de colores, el templo de La Luz del Mundo. A lo lejos, casi frente a mí, como una ópera de Sídney desvanecida, el Santuario de los Mártires. Mucho más cerquita, San Juan de Dios, tanto el mercado como el templo. Al fondo, el cerro del Cuatro, lleno de luces de un lado y en la oscuridad del otro. 

Y en medio de toda esa inmensidad de casas, personas, vidas, vehículos, empresas y expresiones de la religión, justo a mis espaldas está lo más importante, coincidentemente al norte, como una pequeña brújula humana: mi mamá, tendida en la cama, después de una cirugía que fue más complicada de lo previsto, con el calor sofocante de mayo que apenas aguantan ella y las otras cinco mujeres que comparten y sus respectivos acompañantes, siquiera menguado por un ligero viento que entra por la discreta ventana. 

Cuando escribo estas líneas apenas van dos noches de estadía, pero se prevé que sean cuatro. Pese a sus dolencias, mi mamá se preocupa porque duermo en el piso o porque no he comido nada desde hace algunas horas o porque no salgo a que me dé algo de aire, como si hubieran grandes ventanales abiertos o un jardín central. Le explico que no hay aire afuera y que no se preocupe. "Ay, mija –me dice la primera noche–, nunca te había tocado dormir en el piso". "Sí –respondo–, en los campamentos a los que me mandabas cuando era chica". Mi intención es minimizar su preocupación y que se concentre en ella. Pero es mi mamá y eso no va a pasar. Feliz Día de las Madres, pensé la primera noche, a apenas dos horas del 10 de mayo y ella está allí, casi recién salida del quirófano. 

Las historias de las otras cinco mujeres son diversas, tanto como para que, en la vida ordinaria, difícilmente pudieran coincidir. Las enfermedades, las convalecencias generan simpatías, nos regalan piedad, nos dan tantita comprensión del dolor ajeno. 

Estas mujeres vienen lo mismo desde Jocotepec que de Tomatlán. Una acaba de ser mamá hace poco y no puede tener a su bebé con ella; su esposo es su compañía permanente. Tres de ellas esperan a ser operadas y aguantan las dolencias con estoicismo y paciencia. A algunas las acompañan sus mamás y a otras, sus parejas. Cada cual hace lo posible para que ellas, en cama, tengan una estadía lo menos agobiante posible. 

Los hospitales, repaso mientras estoy ahí viviendo duermevelas, huelen a sustancias asépticas, a látex, a sangre diluida, a gasas usadas, a algodón con alcohol, a sábanas llenas de sudor, a jabón neutro, a agua oxigenada, a talco, a orina y a mierda. 

Huelen a lágrimas, a muerte, a pérdidas, a dolor. Huelen a despedidas, a tristezas, a confusión. 

Pero huelen también a esperanza, a compañía, a felicidad, a bienvenidas. Huelen a certezas, a sonrisas, a fe, a confianza. 

Entonces, pues, los hospitales huelen como la vida. 

Pero concentrado. 

Twitter: @perlavelasco

jl/I

 
Derechos reservados ® ntrguadalajara.com