En su libro Las fuentes del poder social el sociólogo Michael Mann define el poder como “la capacidad para perseguir y alcanzar objetivos mediante el dominio del medio en el que habita uno”. A partir de esa definición podemos afirmar que hay grandes extensiones de territorio en los que quienes ejercen el poder no forman parte del Estado mexicano y en su gran mayoría al parecer pertenecen a organizaciones delictivas.
Un ejemplo de esa situación se verificó hace unos meses, cuando varios periodistas que cubrían la gira del presidente de México a Badiraguato, Sinaloa, fueron detenidos por un retén de personas armadas, presuntamente integrantes del Cártel de Sinaloa. Algo parecido se da en varias zonas del país, y es lo que favoreció el asesinato, hasta ahora impune, de dos jesuitas y un laico en Cerocahui, Chihuahua.
De modo que, aunque seguimos realizando elecciones periódicamente y los partidos políticos buscan la manera de acceder y conservar el poder público, el hecho es que hay muchas regiones en las que eso es mera apariencia de normalidad democrática, y lo saben bien quienes tienen que pagar derecho de piso para poder seguir con sus actividades laborales, y tienen claro a quién deben pedir apoyo cuando algún delincuente se sale de control.
Sin embargo, el presidente ha optado por no confrontarse con quienes le disputan el control del territorio y hay señales que nos hacen suponer que la orden explícita que le dio a las Fuerzas Armadas es la de no atacarlos, aunque eso implique dejar desprotegida a la población. Si esto es así, es claro, entonces, que en esas zonas el poder lo ejerce un estado paralelo.
Habrá quien considere que esa decisión es la correcta, porque un conflicto armado, especialmente si no se tiene la posibilidad de ganarlo rápidamente, provocaría mucho sufrimiento entre la población civil, como ocurrió en los casos de Colombia o Guatemala. Pero la falta de una normalidad institucional es una situación de riesgo, siempre.
Entonces, si no quiere recuperar el control del territorio, ¿para qué le está dando tanto poder al Ejército el presidente? Las señales que manda apuntan en la dirección de que no confía en las instituciones públicas civiles y parecería que tampoco en sus colaboradores y la gente de su partido. Supongo que se debe a que con esas instancias tiene que negociar, algo que no le gusta, mientras que al personal militar simplemente le da órdenes, aunque seguramente también tiene que negociar, porque dentro de la milicia también hay intereses que proteger, legítimos e ilegítimos.
Por otro lado, Mann plantea que “(u)na ideología surge como movimiento vigoroso y autónomo cuando puede ensamblar en una explicación y una organización única varios aspectos de la existencia que hasta entonces han sido marginales, intersticiales, respecto de las instituciones dominantes del poder”. En ese sentido, parece que podemos considerar que el conjunto de creencias que comparten los lopezobradoristas como una ideología. Y esa ideología, que lleva a considerar que lo que hace el presidente está bien hecho, aunque sea una repetición o profundización de lo que hicieron sus antecesores, que se supone actuaban de mala fe, es la que le ha permitido avanzar tanto en la militarización del servicio público.
En síntesis, parece que López Obrador desconfía de quienes se adhirieron a su partido, pues seguramente sabe de qué pie cojean, y ha preferido crear un espacio militar a su alrededor que le permita sentirse seguro, para concentrarse en llevar a cabo su idea de cómo debe ser el país, sin importar los riesgos que corre la población.
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