Las elecciones futuras

2023-02-21 06:00:00

¿El futuro del sistema electoral de México pende del hilo del presidente y sus partidos? Sin duda hay desilusión por el sistema electoral actual, el cual es perfectible. Sin embargo, debemos poner la mirada más allá de las elecciones de 2024.

¿Qué porvenir le espera a la democracia mexicana y al nuevo sistema de elecciones que se está instrumentado, como Plan B del presidente y sus aliados? ¿Lo que viene es la manipulación o la creación de nuevas formas de participación?

Lo que ha sucedido con las democracias latinoamericanas en los últimos cinco años, da la sensación de que las elecciones son manipulaciones rituales que los ricos poderosos de cualquier signo ideológico, hacen despotismo electoral.

Se usan las elecciones como instrumento para consolidar y legitimar sus gobiernos. Estos despotismos son ya exclusivos del siglo 21. No son democracias fallidas, no son democracias defectuosas, ni democracias intolerantes que no logran sostener el gobierno de la ley. No están en medio, no son regímenes híbridos, ni semidemocracias, ni regímenes semiautoritarios.

Son algo diferente. Los nuevos despotismos son oligarquías económico-políticas saturadas de medios, respaldadas por enormes concentraciones de riqueza en muy pocas manos. Los nuevos oligarcas gobiernan con la ley en la mano y recurren a la violencia y al terror dirigido; pero son diferentes a los dictadores a la antigua.

Los nuevos tipos de régimen político se las arreglan para ganar el afecto y el apoyo bien programado de sus sujetos y clientelas electorales, no sólo a través de la promoción del crecimiento económico y el bienestar de las mayorías, o de los programas sociales, sino también mediante experimentos de técnicas “democráticas” verticales de gobierno “consensual”, como las “quintetas” para la elección de los árbitros electorales, y las elecciones actuadas a ciertos niveles para simular la alternancia.

Estos nuevos despotismos según el politólogo australiano John Keane se pueden describir como regímenes que practican elecciones sin democracia. Adoptan aspectos institucionales de democracia electoral garantizando el derecho al voto universal, a través de controles pseudociudadanos.

Excluyen a los candidatos que consideran indeseables, compran votos e intimidan a los votantes. Organizan acontecimientos mediáticos sensacionales, redistribuyen las circunscripciones o distritos electorales para obtener ventajas, alteran los listados electorales, y al no tener órganos electorales confiables, no cuentan y pueden desaparecer boletas electorales.

En este escenario, las elecciones crean oportunidades para encontrar talentos nuevos, es decir, construir cómplices de poder. Distribuyen puestos electorales entre apoyadores potenciales y funcionan como detectores oportunos de amenazas de descontento y oposición.

La derrota casi segura de los oponentes, representa una pérdida de la moral y un alto riesgo de desintegración de los opositores. Las elecciones también tienen el efecto de reforzar la legitimidad de los que gobiernan a través de la teatralidad del proceso, incluso ofrecen a quienes participan la oportunidad de comportarse como si realmente creyeran en el sistema democrático.

En nuestro país, el Senado comenzará a discutir el llamado plan B de las reformas electorales, que implica una reducción presupuestaria muy sustantiva al INE y a los organismos electorales locales.

El politólogo Jorge Rocha señala que si se aprueba esta reforma se pone en riesgo más de 80 por ciento del servicio civil de carrera de este instituto, ya que ya no sería necesaria su labor; y se pone en duda la viabilidad de las elecciones futuras, sobre todo en lo que respecta a la autonomía y la certeza de los resultados.

La democracia genera debates en libertad para llegar acuerdos en lo fundamental y permitir la diversidad de expresiones políticas. Los actores políticos no colaboran para que suceda el diálogo. Se está ahondando la crisis política y de representación que ahora tenemos. Los ciudadanos tenemos que insistir en poner contrapesos institucionales, se necesita una sociedad civil fuerte y unos medios de comunicación críticos que señalen los desaciertos.

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