Surgido del poder político, el PRI, PNR o PRM, además de quienes vieron en él un instrumento de reivindicación social de los más desposeídos e ilusionaban un México mucho mejor que aquel que recién salía de la Revolución, es evidente que se nutrió también de aquellos que simple y sencillamente, dispuestos a la obediencia, sin ilusión social alguna, lo que procuraban era únicamente un sueldo y la oportunidad de medrar…
A lo largo de mi vida he conocido a verdaderos entusiastas de la Revolución y de sus razones, pero también he tenido “el gusto” de tratar con una serie de pillastres en los diferentes niveles, incluyendo los más elevados, que eran y son capaces, como decía don Jesús Reyes Heroles, de robarse ellos mismos.
Déjenme poner un hermoso ejemplo jalisciense, idóneo el día de hoy, que es “sábado de gloria”, porque aquel contingente se reputaba todo él como de fervientes católicos. Tal vez por ello fueron destacados a los Altos de Jalisco para hacer propaganda a favor de un candidato a gobernador que tenía muchas posibilidades y cualidades. Tanto era así que los rivales de Acción Nacional, todos ellos “muy decentes” idearon una cauda de trapacerías para meterle la zancadilla. Cierto es que en parte gracias a ellas nos endilgaron a uno de los peores gobernadores de la historia regional…
Pero fue el caso de que aquel buen candidato del PRI que merecía ganar, perdió también porque un buen contingente de aquellos priistas más jóvenes, en vez de cumplir con las tareas de la campaña que les fueron encomendadas, aun cobrando sus viáticos antes de cruzar la primer caseta de pago, sabían hacerse mages y volver de inmediato a Guadalajara, dejando plantados y resentidos –y presa fácil del contrario– a quienes los esperaban en los mítines a que habían sido convocados.
Asimismo, al preverse la debacle de 2018, tales cuadros, juveniles y voraces abrazaron con entusiasmo aliarse con el PAN, el rival ancestral de la Revolución mexicana, a cambio de unas cuantas chambitas y una que otra diputación.
Recuerdo muy bien aquella reunión que se llevó a cabo, por cierto, por la vía electrónica: priistas de gran valor curricular y talento se desgañitaron clamando por reorganizar las fuerzas y prepararse para una resurrección del ideario, pero nada pudieron con la pujante generación, joven y ansiosa de cualquier cosa para entrar en la nómina.
En la cúpula las cosas siguieron muy mal: quienes fueron líderes del PRI con Peña Nieto, con una breve excepción, y él presidente, hasta proclamaron la conveniencia de cambiarle al PRI su nombre junto con los colores e ideario. Lo que sucedió fue aun peor. Quedan algunas figuras de valía, pero cada vez menos y con menos fuerza. El actual presidente parece contratado para ser él mismo quien apague la luz y el partido cierre para siempre.
Para algunos podrá resultar grato, por ejemplo al reputado panista Anaya, quien se pasó dos años gastando dinero en los medios para decirle a los priistas hasta la despedida y, a la postre, en un acto de cinismo supremo, de unos y otros, resulta que ahora van juntos para ver si pueden arrebatarle aunque sea un cachito de poder a Morena, que se traduzca en algunas chambitas en la enorme burocracia mexicana, aunque sean míseras.
El caso es que la debacle del PRI se antoja inminente, no obstante siempre existe la posibilidad y el deseo de algunos de que una revuelta interna regrese las cosas a su lugar y manden a freír espárragos a los voraces chambistas y los pillastres que están acabando con él.
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