El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española establece elementos para comprender el significado de lo que representa una encuesta. Al respecto señala que se trata, en una primera acepción del término, de un “conjunto de preguntas tipificadas dirigidas a una muestra representativa de grupos sociales, para averiguar estados de opinión o conocer otras cuestiones que les afectan”. O bien, en una segunda interpretación del término: “Indagación o pesquisa”.
Las encuestas han constituido elementos importantes para intentar descifrar en algunos momentos, líneas generales de pensamiento de la población sobre asuntos muy particulares. Ciertamente, el campo de la publicidad es un importante consumidor de encuestas y sondeos de opinión. En el caso del campo político, la historia de la participación observadora a partir de encuestas para vaticinar resultados electorales, se remonta al final de la década de los años 30 del siglo pasado y no dejaron de estar presentes en el panorama de análisis de la opinión pública, particularmente en Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, donde surgieron empresas encuestadoras como Gallup, en la unión americana, el British Institute of Public Opinion, en Inglaterra y el Institut Francais d’Opinion Publique, en Francia.
En nuestro país, hasta antes de las elecciones de 1988, el peso de los sondeos o encuestas de opinión sobre temas electorales no tenía un marco particular de interés en la medida en que vaticinar qué partido obtendría la victoria estaba asegurado con la fuerza de la hegemonía y control que tuvo el partido en el poder desde 1929, el PRI. La elección de 1988 marcó un cambio sustancial y el inicio de la falta de control de ese partido sobre los procesos de elección y la formación del Instituto Federal Electoral como organismo autónomo y profesional de las elecciones cambió la ruta y la forma de los procesamientos electorales.
Desde los años 90 y el inicio del presente siglo, la presencia de sondeos de opinión y trabajos demoscópicos en general han marcado una presencia muy importante. Sin embargo, la gran variedad de ese tipo de trabajos se incrementó en calidad y cantidad, pero sin controles particulares de las empresas dedicadas a esta función. Las diferencias de los resultados de esas observaciones han sido muy dispares, lo que ha provocado que, en diferentes momentos, en los casos de previsión del sentido de voto en favor de algún partido no han tenido la efectividad que se espera de ellos.
El método que han desarrollado, tanto en el partido oficial como en las oposiciones, para la selección de sus precandidatos para contender por la presidencia del país se basa en los resultados de encuestas generadas para ello. La gran pregunta es saber cuánta consistencia tendrán esas encuestas que se van diseñar para ese fin. Pero, aún más, qué solidez tendrán los precandidatos no seleccionados en esas encuestas para aceptar esos resultados.
En un proceso electoral se puede cuestionar la forma de establecer el conteo de los votos, la validez de las casillas o las mesas electorales. Sobre el peso que tiene la organización de la votación, se define una reglamentación con el objeto de resolver las controversias. En el caso de la selección de las candidaturas de las fuerzas políticas en contienda no hay un árbitro neutral que se haga cargo del procesamiento de este importante ejercicio electoral. El INE está totalmente fuera de esos procesamientos porque con los eufemismos de recorridos para determinar coordinadores de defensa de la cuarta transformación o del frente opositor no se define, aunque eso es lo que sucederá, la candidatura de esas coaliciones de partidos. ¿Habrá la seriedad y madurez suficiente para pensar que esta fase de preselección de candidaturas arroje plataformas y candidatos sólidos y de unidad?
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