En los remotos tiempos de aquel PRI verdadero, que tanto gustan denostar algunos, existía la creencia de que ciertas actividades debían estar controladas por el gobierno. Se trataba de servicios públicos básicos, de primera necesidad, que resultaba completamente indebido que se manejaran como un negocio privado.
Así fueron surgiendo empresas oficiales cuyo funcionamiento respondía primordialmente a los intereses nacionales: Seguro Social, Comisión Federal de Electricidad, Petróleos Mexicanos, Caminos y Puentes Federales, Teléfonos de México, etc.
Era la concepción de una economía mixta que dejaba en manos privadas toda la libertad de un cúmulo grande de actividades pero que reservaba al Estado el control de ciertas actividades fundamentales.
Fue con Miguel de la Madrid, el papi de este joven “junior” que ahora aspira suceder a su progenitor, cuando las cosas se empezaron a torcer.
Resulta cierto que la estatización se había pasado de la raya. La nacionalización de la banca, por ejemplo, obra de su antecesor, fue una respuesta drástica a la voracidad y a que ésta tenía demasiada libertad, siendo una actividad que reclama una suerte de bozal. Pero lo que se desató después, empezando con Salinas de Gortari, careció por completo de progenitora.
Las uñas de ciertos mexicanos voraces se empezaron a encajar… se procedió incluso a privatizar algunas carreteras, aspectos de la distribución del agua y de la luz, etc. Si no hubiera sido porque el precio internacional del petróleo tuvo una fuerte caída se hubieran ido también sobre él, pero decidieron esperar y cuando se animaron ya no hubo “de piña”.
Uno de los grandes desgarriates fue precisamente Telmex. Si hacemos memoria, la recordaremos como un servicio público eficiente, antes de que fuera malbaratada a manos privadas. Entre otras cosas nunca tardaban más de tres o cuatro días en atender los desperfectos…
Luego, cuando pasó a ser una muy productiva para unas cuantas manos privadas, las cosas empezaron a empeorar. Hace ya varios años que cualquier percance implica una espera de varias semanas para que se dignen resolverlo. ¿Razón? Pues un ahorro en la mano de obra para que los números a fin de año salgan más negros.
El caso de Telmex es una muestra clara de que un servicio público de tal importancia no debe estar en manos privadas, precisamente por tratarse de esto: un “servicio público”.
Afortunadamente, el gobierno llegó a tiempo para contener la avalancha de manos extranjeras sobre la energía eléctrica. Unas de ellas, gachupinoparlante por cierto, que monopolizan ya la electricidad en su propio país, ha dado muestras ahí de una salvaje voracidad que ha alterado la vida cotidiana de la clase media baja española con el alto costo a que sus garras han llevado la luz.
¿Eso era lo que promovían Peña Nieto y sus rufianes amigos panistas? ¡Pues sí! No me atrevo ni a pensar en lo que hubiera sucedido con la gasolina si el petróleo también hubiera caído en sus garras. A eso se le llama verdaderamente traición a la patria…
Es de suponer que la ineficiencia de Telmex solamente se puede solucionar y volver a ser como antes, logrando que vuelva a las manos legítimas de las que fue arrancada a la mala.
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